Paco-gerte y darte de leches. Por Ana M.ª Tomás

Paco-gerte y darte de leches.

 

Me estoy refiriendo a Paco, Paco Sanz, el supuesto enfermo de los dos mil tumores que se dedicaba a realizarse vídeos que conmovieran el corazón de las buenas gentes y lograr así que le hicieran donaciones económicas que él, obviamente, no dedicaba a medicamento alguno, puesto que todo era falso, sino a llevarse la vida padre. No sé si ustedes han tenido la oportunidad de ver las tomas falsas de sus vídeos. Hay que tener cojones para hacer lo que hacía el payo, no ya por ensayar una y otra vez la voz quejumbrosa, la posición de una sonda que se metía y sacaba de la nariz como Perico por su casa o cómo dejar más a la vista la botella usada para recoger el pipí quienes no pueden levantarse de la cama. ¡No…! Aunque esto ya toque las narices hasta extremos alucinantes, toda esa parafernalia queda en mantillas cuando el impresentable se descojona de quienes, movidos por la piedad, le envían dinero para los supuestos medicamentos experimentales. Todo ese hiriente teatro, como les decía, se queda en nada comparado con las zafias acciones que este sinvergüenza ejecutaba inmediatamente antes o después de su actuación, tales como tocarse a dos manos los genitales, hacer un expeditivo corte de mangas o mofarse abiertamente de quienes le enviarían su dinero creyéndolo necesitado verdaderamente de él.

Cuando salió a la luz la estafa del padre de Nadia, cuyos ecos todavía se escuchan, recuerdo que escribí sobre ello cargando las tintas sobre la importancia de la bondad humana, independientemente de lo miserable que pueda llegar a ser el proceder de algunos de esos mal llamados humanos; pero, sinceramente, lo de poner la otra mejilla se acaba de agotar con este tipo y creo que ya es hora de empezar a repartir. ¡Dos mil tumores! ¿Se imaginan algo así en el cuerpo de alguien? Vamos, que el tío no se paró en las primeras matas sino que se apropió, para levantar la lástima y el bolsillo de otros, de la terrible enfermedad llamada «síndrome de Cowden». Por lo visto, el payo este no tiene la menor idea de la fuerza creadora de la palabra: basta que te repitas en algún momento el «no puedo más» para que tu organismo arroje la toalla y repita a todos los órganos que hay que parar porque el cerebro ha dicho que no se puede más. Hay experimentos interesantísimos sobre diagnósticos equivocados en personas sanas que creyéndolos más como una sentencia de muerte que como una simple opinión de un médico… han desarrollado tooodos los síntomas y, por supuesto, la enfermedad que no tenían. Y lo mismo en sentido contrario, enfermos que no le han dado importancia o credibilidad a sus escasos meses de vida, según sus médicos, y han terminado curados y viviendo más que ellos. Y digo esto no por pensar o desear mal alguno ni a este tipejo ni a nadie, ¡Dios me libre!, sino porque, por mucho que se diga que siempre ocurren cosas malas a las buenas personas y que los «malos» suelen quedar sin castigo alguno, yo siempre he creído que toda acción tiene una consecuencia, y la soberbia de creerse por encima de la inteligencia de los demás, la prepotencia de permitirse sentirse a salvo de ser investigado, la premeditada maldad de él estafando a quienes pretendían ayudarlo…, claro, la maldad de él y de todos sus cómplices: la madre que se partía el culo a reír; Lucía, la novia que lo grababa e instaba a ser más convincente pidiendo dinero y que ejercía de directora de escena de toda la ordinariez que, inconcebiblemente, era capaz de desplegar este saco de basura, etcétera, no pueden diluirse como sal en el agua.

Siempre me han gustado las películas de ladrones de guante blanco, sus personajes me han parecido seductores igual que su manera de robar limpiamente, sin despeinarse, y casi sin daños colaterales puesto que suelen hacerlo a entidades bancarias y ya se sabe que «Quien roba a un ladrón…» Por supuesto, Paquito el valenciano, y no el chocolatero, nada tiene que ver ni con guante blanco ni con elegancia alguna, mucho menos con la empatía, consideración o un mínimo de educación y respeto por nada ni por nadie. Desde luego, mucho menos que pueda plantearse que haya una Justicia Divina, pero, por suerte, otra más terráquea ha conseguido trincarlo gracias a sus propias pruebas, a su insolencia insufrible que nos explota en el rostro a todos los que hemos podido verlo en acción, y tendrá que dar cuenta de los más de doscientos cincuenta mil euros que ha robado y que ha dilapidado en viajes de placer y vidorra.

Recuerdo que mi abuela decía: «Quien riendo la hace llorando la paga». Igual ya lo decía por él.

Ana M.ª Tomás

Artículo publicado en La Verdad

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