Me pregunto cómo se hace para transmitir al lector que te está leyendo un sentimiento tan poco frecuente en los tiempos que vivimos como sumamente necesario. Pareciera como si hasta la temida ley de la oferta y la demanda, aunque no regida por sentimientos sino por elementos meramente económicos, fundamentase el hecho de que, también en lo humano, lo bueno es escaso y, por ende, prohibitivo y excesivamente caro.
Este sentimiento al que aquí me refiero, no sé si será accesible sólo para unos pocos privilegiados, que lo será. Solo sé que cotiza al alza. Unir aquí dos términos tan poco vinculados como el sentimiento y la cotización puede parecer un desvarío, pero enseguida entenderá el lector (imagino un tanto intranquilo por descubrir el tipo de sentimiento del que trato) la conexión inherente a los mismos términos.
Y como nada más lejos de mi propósito que crear, en lo que a mí concierne, un cierto estado de desasosiego, les descubriré que me refiero al estado de Tranquilidad, ese bien tan efímero y a la vez tan deseosamente deseado (que no perpetuado) por el hombre.
La economía requiere de un sistema político estable que le dé estabilidad y confianza para la tranquilidad de los inversores. Una tarea o labor difícil que desempeñar exige no sólo altura de miras y constancia. También unas briznas de autocontrol y de contenida tranquilidad. Una mujer en estado necesita durante su período de gestación, naturalmente, momentos de sosiego o relajación. O, expresado con más nitidez y concreción, sería del todo deseable que gozase de momentos de tranquilidad interior.
Están comprobados científicamente los efectos altamente positivos que tiene la música clásica en el feto o los beneficios del yoga y de la meditación. Y la tranquilidad interior nada tiene que ver, obviamente, con ser una persona tranquila ni perezosa, ni mucho menos apática.
La tranquilidad interior es la coherencia interna y fehaciente entre lo que pensamos y lo que hacemos, entre lo que pensamos y decimos;
es tener la conciencia tranquila, sentirse a gusto con uno mismo o hallarse libre de culpa. –La culpa, una palabra tan manida en el habla pero tan dañina en el alma–.
Cuando nos vestimos, solemos ir acordes con nuestros gustos. Hay una cierta coherencia entre la imagen que transmitimos y nuestra personalidad. La tranquilidad interior es el vestido del alma que mejor nos sienta.
La tranquilidad interior no nos la puede garantizar el seguro de coche, el de hogar o los bonos del Tesoro Público. Tampoco el adulamiento fácil, ni una prescripción médica. La tranquilidad interior se trabaja en solitario. Los lugares ideales para sentirse tranquilos son aquellos donde aparece el infra o sobrevalorado silencio (según se mire).
Puede trabajarse en una iglesia, en un retiro, en una convivencia, en una ruta de senderismo o después de un ejercicio de running, y también escuchando nuestra música favorita, mirando el mar o leyendo. Ojalá haya llegado al final a mis lectores esta sensación tan valiosa y preciosa. Lo hice a posta. Yo… ya la he sentido.
Usue Mendaza
Debería impartirse como asignatura. O al menos los métodos para sentirse bien. Difícil tarea…
Muchas gracias por su comentario. No sé si como asignatura (tarea también ardua y difícil) pero sí debería construirse de forma inherente al crecimiento de ser. Vaya que «zen» me he puesto.
Un abrazo.
Usue