Como cabras. por Ana M.ª Tomás

Ana María Tomás 2011

Como cabras.

Estamos como cabras. No consigo entender qué puñetas pasa con nosotros: jaleamos como locos a delincuentes cuando salen de permiso carcelario y pitamos a nuestro himno nacional como si no hubiera un mañana.

Me dicen que ambas cosas son productos de la libertad de expresión, pero yo digo que un pi…, vamos, que un pimiento. Toda libertad propia termina donde empieza la del otro. Me pareció una estúpida insensatez que, en nombre de la libertad de expresión, un grupo de dibujantes parisinos insultara creencias religiosas a base de caricaturizar a Mahoma. Y me pareció mucho más absurdo que medio mundo se posicionara en la defensa de esa libertad de expresión. Mucho más cuando pocos se posicionan en condenar la inmensa cantidad de cristianos que están muriendo masacrados por intentar mantener la libertad de fe. ¿O es que en cuestión de libertades hay grados y no es lo mismo la de expresión que la de creencias?…

El día del partido de la Copa del Rey sentí vergüenza ajena. Vergüenza, más que por los  pitos, por la cara de imbécil complacencia de quien no puede ser Más cenutrio. ¿Se puede estar de anfitrión, codo con codo, con alguien que es el protagonista del acto que se está celebrando y permitir el insulto hacia él y, además,  regodearse en ello? Por pura y elemental cortesía, no. Hay tribus que dan la vida para proteger a quienes de la manera más increíble llegaron hasta sus casas convirtiéndose en sus invitados. Pero hasta las tribus más primitivas tienen más desarrollada la decencia y la dignidad que el Presidente de Cataluña. Quiero entender que la actitud de quienes pitaban es producto de la inmersión educativa que han recibido: han vivido con la idea de que España les roba y que ellos no son España. Y tienen razón, ellos no tienen ladrones despersonalizados, ellos tienen «puyoles», o sea, familias con pedigrí en la cosa del robo. Y entiendo también que el hombre que, desde el principio de los tiempos, necesitó de la guerras para descargar el odio y la agresividad que parecen sobrevivirnos, una vez logrados los tiempos de paz, necesite del enfrentamiento deportivo para tener a alguien en quien proyectar las animadversiones… Y que, por tanto, ciertos encuentros deportivos sean de todo menos deportivos. Pero lo que no entiendo es cómo aquellos que menospreciaban e insultaban el himno de todos los españoles no eran conscientes del ninguneo al que sometían a todos los seguidores culés repartidos por el territorio nacional. Ni mucho menos cómo alguien puede sentirse adherido a un equipo que insulta al himno que lo identifica como español. Fíjense que a mí empezó a caerme gordo el Príncipe de Mónaco cuando en lugar de apoyar la candidatura de España para los JJ.OO. comenzó a ponerle pegas… Y lo peor de todo es la pasividad con la que el resto de españoles admitimos la ofensa. Se monta la de Dios, con toda razón, por tirarle un plátano a un jugador… se sancionan clubes y aficiones porque se entiende que, tras la persona ofendida, hay muchas más que se identifican con ella, pero se dejan impunes otras ofensas que abarcan más ofendidos.

Y, entre tanto, otros muchos que pasan de fútbol y de honores heridos abren telediarios y dedican programas enteros a la salida de la Pantoja de la cárcel. Manda huevos. Resulta que, ahora, la señora madre de la Panto es «doña» Ana y su hija Isabelita, la niña inexpresiva de labio ladeado, ha pasado a ser Isabel II. Omito, por respeto a ustedes, la expresión de «camionero cabreado» que me sube laringe arriba. Y durante días y días se monta un dispositivo en la puerta de su casa para ver si se digggna a hacer alguna declaración, por no hablar del pifostio que se organizó a su salida de la cárcel: del brazo de un funcionario hasta que pasó al de su hermano, repartiendo besos como si saliera de recibir el Premio Nobel de la Paz. Entre gritos de «¡guaaapa, guapa!», con la cabeza bien alta y sin gafas de sol que ocultaran su descaro y desvergüenza.

Definitivamente, estamos como cabras. Porque sólo  justificándonos que estamos como cabras nos salvamos de cuestionarnos nuestro apabullante empobrecimiento moral, espiritual, cultural y social. Aunque, digo yo: ¿Qué daño nos han hecho las pobres cabras para compararlas con nosotros?

 

Ana M.ª Tomás

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Un comentario:

  1. Elena Marqués

    Últimamente corren por las redes sociales noticias sobre tomas de posesiones de cargos en las que los sujetos y sujetas se explayan con discursos que a veces rayan la mala educación. Espero que al menos la mitad de ellos no sean ciertos. La libertad de expresión es algo estupendo, pero el respeto es también una cualidad imprescindible para vivir en paz.
    Un abrazo.

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