Lo que nos salva muchas veces es la capacidad de reírnos de nosotros mismos
RAFAEL AZCONA
«El verano es una de las épocas de año más propicia para muchas cosas. Y no sólo para descansar. Salimos más a la calle y las personas están más expuestas, aunque no lo sepan, a los ojos de los que nos gusta observar, entre los que me encuentro. Aunque observadores podemos serlo todos. Yo he observado que el calor nos hace más irascibles y no sólo a los niños, también a los adultos. Menos mal que siempre podemos encontrarle el lado positivo y lúdico de las cosas.»
USUE MENDAZA
Ella sabía que su hermano era un tipo especial, un tanto maniático de algunas cosas, pero fue ese verano cuando por fin lo llegó a constatar. Las vacaciones familiares son toda una odisea. Hay que hacer encaje de bolillos para que cada uno encuentre su lugar en la casa familiar de la playa. El lema de su madre (ya se lo había advertido alguna amiga ducha en la materia) era ver, oír y callar. Ese verano en concreto se juntaron el papá de la criatura, la mamá, el niño, la cuñada, la nuera, la consuegra y el dichoso queso de Filadelfia.
Su hermano aseguraba que en aquella casa debía haber duendes rondando porque, las tres veces que había ido al frigorífico (lleno a rebosar), ninguna de las tres había encontrado el queso en su sitio (el que él le había designado). Supuestamente, el Philadelphia en cuestión era comprado especialmente por y para él. Cuando descubrió no sólo que el queso no estaba en su sitio sino que además alguien lo había empezado, comenzó a refunfuñar entre dientes en la cocina.
–¿Quién demonios ha abierto el queso? Mira que otras cosas me callo, pero esto no puedo callármelo.
Su madre le dijo que no había tenido más remedio que mover las cosas del frigo con el fin de hacerle sitio a la ensaladilla que habían comido ese día.
–Mamá, parece mentira que todavía no me conozcas. Ya sabes que para algunas cosas soy muy maniático.
La madre calló el «pecado» de haber abierto el queso y miró con cara de complicidad a su hija como diciendo «Dios, dame paciencia». Si pudiera desaparecería en las islas Fiji. Pensó para sus adentros. La hija, no muy dada a expresarse, prefirió callarse y aguantar marea. Esas vacaciones había dedicido hacer como las hormiguitas, hacer y callar, hacer y callar.
–Bueno, he sido yo la que ha abierto el queso, pero juro por mis hijos, que sois vosotros, que no he metido un solo dedo para probarlo –confesó finalmente la madre.
El hijo por su parte también se descubrió. Había dejado la pestaña de la cubierta del Philadelphia bajada para ver si pillaba alguna mano inocente in fraganti. Incluso hasta el niño tenía su trampa.
–Es mi trampa –sonrió el niño, que, como tal, actuaba por imitación.
Al final todo quedó en una risueña tertulia en la terraza sobre niños maleducados que prueban la mayonesa del plato de otro, sobre los malos modales en la mesa o sobre los campamentos de infancia de su hermano. La situación, un tanto ridícula pero real, derivó en risas disimuladas y miradas contenidas. Ella no sabía que el Philadelphia daba más que para una rebanada de pan. Admitió jocosa antes de ponerse a escribir este relato.
Usue Mendaza
Las pequeños roces de la vida familiar. Menos mal que supieron superarlo con humor . Bonita estampa. Saludos.