Supongo que muchas de las maravillosas historias que oímos contar empiezan como la que voy a relatar y luego cada uno le pone un poquito más hasta que se convierte en algo sobrenatural. Yo me limitaré a contar las cosas tal y como sucedieron.
Mi amiga María, era el ser más extraordinario que os podéis imaginar. Era guapísima, de piel morena, con unos ojos color miel extraordinarios, alta, delgada simpatiquísima, con una alegría tremenda (a pesar de que su vida fue un camino de espinas) y con un desprendimiento tremendo para ayudar a todos los que se le acercaban. Como podéis ver era toda una joya. Pero eso no es todo, porque además tenía algo muy “especial”.
Yo siempre he sido una persona muy reacia a creer e incluso a escuchar “historias” de esoterismo.
Un día invitaron a mi hijo al cumpleaños de un compañero de clase. Fui a recogerlo al final de la tarde y me encontré que la fiesta estaba muy animada y con un montón de padres, me invitaron a quedarme y acepté rápidamente pues me animó mucho ver que se lo estaban pasando fenomenalmente bien. Los padres del niño me fueron presentando a todos y cuando me presentaron a María me quedé enganchada con ella, seguí saludando a todos los demás y en cuanto pude me acerque a esa mujer que tanto me fascinó, no me costó nada hablar con ella, era como si la conociera de toda la vida. Quedamos para tomar un café al día siguiente y así empezó nuestra amistad. Poco a poco me fue metiendo en el mundo “de los espíritus”. Nos quedamos con ese nombre para nombrar ciertos temas porque a ella le hizo mucha gracia cuando pronunció esa palabra por primera vez y yo con un escalofrío tremendo, le dije – María. Tonterías las justas –
Como os comentaba, tenía algo más. Me hizo creer en lo invisible, porque ella me daba fe de que existía, me proporcionaba tantos detalles y tantos acontecimientos de mi vida, unos pasados y otros futuros que resultaron ser todos ciertos. Los pasados, porque me sucedieron de verdad, y los futuros porque venían a mi vida tal y como ella me decía. Pero no creáis que ella le daba a eso importancia al contrario, pensaba que era natural.
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Coscobil Fernández