La Rosa del Desierto Capítulo 3: Todas Mis Obsesiones

Como mi padre y mi abuelo fui un hombre rico. Mis tesoros eran incalculables, mi palacio impenetrable, mi harem exquisito, mi descaro inmensurable.

No fui un mal hombre, pero tampoco hice nada de lo que enorgullecerme. Mi arrogancia se alimentó de mis riquezas. Quise todo lo que el mundo tenía para ofrecer, logré conseguirlo y no fui capaz de compartirlo.

Mi primera obsesión fue ser el dueño de las cosas imposibles de poseer, y fue esa obsesión la que me trajo hasta aquí, al lugar en el que sólo se me permite caminar en círculos eternos, mientras el pelo sigue poblando mi cabeza y mi cara hasta hacerme irreconocible, incluso para mí mismo, camino en círculos eternos, mientras mi sudor ahoga mi piel seca y quemada, sigo caminando sin llegar nunca a mi destino, mientras la desesperación me sigue poblando el alma hasta que mi humanidad termine de abandonarme por completo.

Muchos fueron mis deseos, casi todos irracionales. Recorrí kilómetros en compañía de decenas de hombres que sufrieron sed y hambre por complacer mis caprichos. Multipiqué mis posesiones haciéndome de tesoros y recompensas que no necesitaba. Llené mis noches de mujeres que me aburrían en cuestión de horas. Puse sobre mi mesa manjares que mi paladar no sabía degustar. Adorné mi cuello con joyas que me encadenaban a las mentiras que sólo el oro puede susurrarte al oído.

Todas estas obsesiones nacieron de la semilla de la ambición, sembrada por mi padre y mi abuelo, y por todos los hombres menos ricos que yo, que deseaban mi fracaso y mi perdición, pero fue ella la obsesión más grande de todas, el deseo corrupto y poderoso que me debilitó y me entregó vulnerable y desarmado a sus manos hambrientas de dolor.

Ella, dueña del odio y del amor me atrapó mientras estaba perdido en la ilusión de cosas que nunca pasaron, cosas que aluciné sin sospechar nunca que quien controlaba la situación no era yo, el hombre más rico y poderoso de los 7 desiertos, sino la mujer delgada, aparentemente frágil, de ojos grandes y más oscuros que las noches sin luna. Ella que nunca envejecerá, es quien lleva la legendaria Rosa del Desierto enredada en su larga y abundante cabellera negra.

(Cuento basado en la canción “Desert Rose” de Sting)

Norelliale

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