Los hombres de gran poder suelen perder interés en cualquier cosa distinta a su poder.
Los hombres que con sus palabras y acciones, o la falta de ellos pueden afectar las vidas de miles de personas, se deshacen con facilidad de la empatía, y yo no fui la excepción. Todo lo que sucedía fuera de las paredes de mi palacio no podía afectarme, sólo me preocupaba cómo usar a los pueblos, amigos y enemigos para mi beneficio.
Solía salir a las calles y hablar con la gente, entraba a sus casas y les ofrecía manjares del palacio, en las noches me contaba las historias que había escuchado, como si fueran leyendas en las que yo pronto empecé a interesarme.
Empecé a destinar parte de mis tesoros a ayudar a los que tocaban el corazón de mi esposa, asigné a sus causas a varios de mis hombres para que le ayudaran y la protegieran.
Fue amada por la gente común, y en consecuencia empezaron a percibirme como un líder compasivo y amoroso, aún y cuando todo el trabajo lo hacía ella.
Desde el día de nuestra boda supe que yo cambiaría por ella, una idea que me aterrorizó al principio, pensaba que si me despojaba de mi crueldad también perdería mi poder. Ahora, convertido en un fantasma y perdido en el Desierto, entiendo que ese temor era bien fundado.
Siendo hombre la amé, dejé de necesitar otros aromas distintos al de ella, dejé de venerar cualquier cosa que no se pareciera a ella, siendo un fantasma la odio, fue su bondad la que abrió el camino a la Rosa del Desierto hacia mi muerte.
Norelliale