Un día moriré pronto y se te hará tarde para decirme «te quiero». Puede que ocurra en este mismo extremo de la mesa, mientras cenamos el uno frente al otro: un leve mareo, me ensimismo para tratar de escapar del vaivén, entro en un trance superior, me despego extrañamente del sitio y desaparezco, con la cabeza sobre el plato, sin más. Entonces tú sueltas los cubiertos, arrastras la mitad del mantel sin saber cómo, vienes a mí y me preguntas qué me pasa, y me dices que vuelva en mí, que me quieres. Pero ya no te oigo. Estoy muerta. O puede que sí te escuche, desde un lugar lejano, en las antípodas de la vida, destinado a las almas con pena. Y puede que a mí me sirva esa imagen y ese mensaje, adivinándote desolado, a los pies de mi cadáver, pidiéndome una vez tras otra que no me vaya, que resista, que aguante, y abandone ese lugar repleto de gente triste que no respira y acceda a otro lleno de gente alegre, que no respira. ¿Qué más da? Nuestra comunicación se habrá roto…
Por eso creo que deberías dejar de mirar la tele. Apagarla. Y dejar los cubiertos sobre el plato, con tranquilidad. E incorporarte de la silla. Y venir hasta este extremo de la mesa antes de que se te haga tarde; porque te juro que me vencen las ganas de morirme.
Andrés Ortiz Tafur
Bien, Andrés. Un buen micro sobre el desamor.
Gracias, Manuel.
Abrazo fuerte!!
Un monólogo increíble aunque mucho me temo que inservible. (Hoy me he levantado pesimista con respecto a los hombres.)
Espero que sigas deleitándonos con tus cuentos, Andrés.
Un beso.
No pierdas la fe en el hombre, Elena… No dejéis de concedernos una segunda oportunidad… o tercera o enésima, que al final aprenderemos.
Beso enorme, tía guapa.