Nos fuimos a vivir al barrio de Casablanca, como un Bogart y una Bergman de todo a cien. Tu madre nos compró un juego de copas horroroso, que siempre soñé con exterminar en una orgía de brindis rusos. Mi madre nos compró un carro de la compra que jamás llenábamos del todo, a cuadros y horroroso también, para no ser menos. Pusimos en la puerta un felpudo que decía ¡hola! a casi nadie y pensábamos nombres para nuestros hijos, aunque todavía nos quedaban al menos 20 años para poder tenerlos. Íbamos al cine una vez al mes y discutíamos sobre el color de las paredes. Huíamos de los cajeros a partir del día quince, por si pitaban, y nos sacamos el bonomes para ir juntos al trabajo, con nuestros bocadillos envueltos en papel de plata y una manzana reineta en la mochila. En la puerta de tu fábrica nos despedíamos hasta la hora del almuerzo. Yo tenía un salario mínimo, celulitis y una bufanda de colores; tú me querías así, pretérito imperfecto, pero de pronto apareció ella, que se aburría mucho hilando vidas en su mundo sobrenatural y tuvo la brillante idea de bajar a ver qué se cocía en esta dimensión de andar por casa. De camino se dio de bruces con un cartel indicador, Valle del Hierro, y quiso saber si aún quedaban caballeros errantes en el mundo, pero sólo encontró un polígono industrial, un triste solar plagado de naves de cartón piedra, vigas, coches y una cafetería para los obreros . Se asomó al interior de tu fábrica, tuvo que asomarse, y te encontró. Le pareciste conmovedor, tan guapo y tan concentrado, recogiendo las piececillas de plástico que escupía la máquina, como un San Jorge que le arrancara los dientes a su dragón, te dijo en la cama tiempo después, abriendo mucho los ojos, porque es un hada y es francesa, y contra eso no se puede hacer nada. En su tierra abundan los dragones verdes, y los ciervos blancos que se ponen a hablar de pronto, y los grifos con ojos de esmeralda. Un hada, te has ido a colgar de un hada, y ella de ti. Me desespero y me cojo cogorzas con la botella de Marie Brizard que antes nos servía para endulzar el café, porque alguien tenía que compensar tanta sutilidad, digo yo. Porque ahora que ella te ha retirado comes faisán todos los días y has aprendido a jugar al ajedrez de marfil y ónix que se sacó de la manga, con un grácil ademán. Y colorín colorado, las hadas existen para joder la manta a las chicas como yo, resumiendo, que le dan ganas a una de abandonar el mundo de los vivos y sumirse en una alcantarilla, sin hacer ruido, para convertirse, al menos, en reina de las ratas.