Paseo nocturno por Galicia. Por Segismundo Fernández Tizón

 

 No puedo negarlo… Aunque no lo parezca a simple vista, ni por mi forma de ser o por mi acento, se diría que pertenezco a la noble tierra de Braoghaín, el famoso Breogán de las historias de mis ancestros, pero en el fondo, muy en el fondo, la verde Galicia va conmigo adonde yo voy.

No es solamente un sentimiento nacionalista, ni un alegato político el que me mueve a decir esto. No. Es algo que va mucho más allá: el reconocimiento de un bagaje cultural, antropológico, costumbrista, que subyace en el interior de cada uno de nosotros identificándonos con los relatos de medianoche que oíamos contar a nuestros mayores, a la luz de las últimas ascuas de la hoguera que había calentado una cena abundante, adornada ahora con el antiguo rito de una queimada hecha para ahuyentar a las meigas, que nos llevarían sin remedio si no estábamos dormidos cuando el lobo comenzase su canto a la luna.

No puedo ahora olvidar las canciones que oía desde mi cuarto, cuando los mayores ya comenzaban a olvidar el frío que se calaba en los huesos, aquellas noches de enero en el pequeño pueblo de montaña en que vivíamos, bien entonadas y cantadas con voluntad de agradar al oído en un principio, pero, a medida que el licor calentaba los cuerpos y las almas, más sonoras, desinhibidas y escandalizadoras para los oídos de un niño pequeño que todos pensaban en brazos de los espíritus del sueño.

Tampoco los paseos que, cual explorador de un antiguo poblado celta de los numerosos castros perdidos por las montañas de los alrededores, me llevaban a reconocer entre tanta belleza verde los arbustos y plantas que recogía con mimo para entregar a las ancianas del lugar a cambio de algún trozo de queso, tocino o de un caliente bollo recién hecho en los hornos que por aquel entonces había prácticamente en cada casa del pueblo.

Luego la niñez, los juegos, la magia, dieron paso al futuro. El pueblo dio paso a la ciudad, el aullido de los lobos se convirtió en el rugido de los despertadores, y el bosque, mi adorado bosque, en una jungla de edificios y coches que competían en una carrera por derribar la magia de los sueños de aquel niño que todavía quería subsistir en su mundo de leyendas.

No… Efectivamente, no puedo negarlo. Las historias de niño nunca me abandonaron, Galicia siguió viviendo en mi corazón.  Por eso, tan pronto me fue posible, he vuelto al lugar de mis primeras aventuras. Todo está ahora muy cambiado, las casas han perdido con el paso del tiempo sus colores, sus olores, y el tiempo las ha cubierto con una gruesa cabellera de enredaderas y signos del envejecimiento que a todos nos domina poco a poco. El campo ha cambiado los verdes de la niñez por los ocres y tonos cenicientos de lo que ya ha sucumbido al fuego decenas de veces, y al desencanto una sola, pero fatídica ocasión.

Buscando las sensaciones de la niñez he ido adentrándome en aquellos lugares donde nacían todas las aventuras que luego, sudoroso, llegaba contando a mis mayores, los incrédulos oyentes de las ensoñaciones de un niño ávido de un mundo distinto a aquel en que ahora me siento aprisionado sin remedio… Y se hizo la oscuridad, y de repente todo cambió, Galicia descorrió la cortina del misterio y la luna dio comienzo a la magia que creía perdida en la noche de los tiempos.

Sentándome en el escalón del cruceiro que presidía la encrucijada de caminos me disponía a reflexionar sobre todo lo que aquel lugar significaba para mí, evocando los sonidos de los búhos en las noches de insomnio, el crepitar de las llamas al jugar con las ramas a dibujar demonios en el aire con las brillantes puntas al rojo vivo, el sabor del primer sorbo de queimada, con el respeto debido a ese licor bendecido por conjuros contra los seres diabólicos —o simplemente traviesos— que pululaban por las sombras buscando incautos a los que convertir a su causa…, cuando, de pronto, un ruido me sobresaltó.

Más que ruido debo decir que fue la ausencia de éste, pues de repente todo el bosque guardó silencio, y desde el escalón en que me encontraba pude ver aparecer en primer lugar a un conocido, un vecino del cual había oído que últimamente estaba cada vez más enfermo y demacrado, con una gran cruz en sus manos,  seguido por dos hileras de encapuchados de albas túnicas…

No podía dar crédito a mis ojos, pero ahí estaban. Siempre había oído hablar de aquellos desdichados, y de pronto surgían ante mí, en mi misma dirección… y en el fondo de mis miedos, la lucha entre el escéptico hombre moderno y la mentalidad del gallego criado entre leyendas y sabor de la tierra inclinó la balanza a favor de este último, pues, sin saber cómo, el hombre que abría la comitiva estaba a un metro de donde me había detenido, entregándome aquella cruz.

Recordé las historias de mis abuelos, y de cómo podía burlar aquella entrega y lo que significaba…; probé a decir en alto el nombre de Nuestro Señor para ahuyentar mi destino, pero el miedo me había agarrotado los gritos en lo más hondo del alma. Quise abrir los brazos en cruz para simular el martirio sufrido por nuestro salvador, o dejarlos cruzados para que no pudiesen entregarme tan horrendo testigo, pero mis brazos estaban paralizados y colgaban a los lados de mi cuerpo sin responderme, hasta que muy a mi pesar noté que se alzaban para asir la cruz por la base, momento en el que el portador pareció reaccionar y escapar perseguido por el recuerdo, mientras mis piernas se ponían en marcha ante mi desesperación, para liderar a aquellos que ahora me seguirían hasta el fin de los tiempos, o hasta la aparición de otro desafortunado que liderase el lastimoso viaje de la Santa Compaña.

Segismundo Fernández Tizón

5 comentarios:

  1. Un relato evocador de las leyendas que pueblan esas siempre enigmáticas tierras del norte y, como nos tienes acostumbrados en todos tus textos, vivido por el protagonista intensamente. Entre los monstruos en las escaleras, los ascensoristas asesinos y la Santa compaña ya no me voy a atrever a salir de casa. Jajaja. Magníficamente contado y dibujadas esas imágenes oscuras y esa atmósfera mágica y misteriosa que impregna la noche de los tiempos gallega.

  2. Elena Marqués

    Una imagen aterradora que casi solo podría producirse en Galicia. Desde que leí a Valle-Inclán, la Santa Compaña ha sido una de mis inexplicables pesadillas. Espero que lo que cuentes no sea real, aunque nos hayamos sentido junto a ti en los duros escalones del cruceiro.
    Miles de besos, gallegiño.

  3. Yo espero que sí sea real, ¿O es que pretendías engañarme? Porque me lo he creído a pies juntillas.
    Besicos, Segis.

  4. «Galicia descorrió la cortina del misterio y la luna dio comienzo a la magia que creía perdida en la noche de los tiempos». Maravillosa frase con la que entramos en otro mundo. Te he visto sentado en el cruceiro y lo siento como una vía iniciátia que debes continuar por ti y por nosotros. Poeta del misterio, necesitamos más y contigo sufrir por ese pobre al que le dejes el testigo de guiar con la cruz a esa hilera de almas en pena que corta el viento a su paso.

    Segis, muchos besos, amigo.

  5. Y es que nuestro Segis nos está revelando una parte que al parecer le inspira: la del misterio y el terror.

    Galicia con su mitos y leyendas, con sus entrañas plagada de Bruxas y Meigas, con sus Santas Ánimas y sus ánimos conjurados en Queimadas, capaz de movernos a millones de emociones.

    Segis eres como el Orvallo de tu tierra, que fino y constante lo cala todo . No dejes de sorprendernos con tu trabajo, querido amigo.

    Para ti siempre mi cariño infinito.

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