Francisco de Goya
Escribir sobre Goya debería producir respeto, como me lo produce a mí: quizá sienta que no pueda estar a la altura de su insigne figura. Pero el respeto nunca está de más. Muy al contrario. Y menos con Goya. Aunque de vez en cuando es agradable pensar que fue un hombre de carne y hueso, nacido en Fuendetodos, que comía y bebía y que tuvo un gato y que amó y que sufrió.
No hace mucho, tuve la oportunidad, buscada, de visitar el estreno mundial de la Exposición #InGoya en el Palacio de Congresos de Granada, – que estará expuesta hasta el 20 de Junio del 2021-, una incursión inmersiva en el mundo emocional del pintor y por qué no decirlo, también en el mío propio. Y digo propio, porque el diseño expositivo gracias a sus gigantes pantallas rodeando a una, logra interrogarte desde fuera hasta dentro, vamos hasta las entrañas, hasta parecer tú misma la protagonista de una gran película porque la cámara imaginaria del director no hace más que observarte girando alrededor de tu eje. Hay en la obra de Goya respecto al observador, yo diría que mucho más que miles de estímulos. Hay como decía, una interrogación sincera como la pregunta de ¿Qué mundo estamos creando con tanta violencia, con tanta pobreza, con tanta negritud?. Y hay más allá de esta honda tristeza, una razón para vivir la vida, una incitación a la jocosidad festiva y optimista, recreada en las escenas risueñas de juegos entre majos y majas o en romerías ambientadas en un Madrid de lo más monárquico e ilustrado.
La pregunta ahora es recurrente y demasiado simplista, quizá. ¿Con qué Goya nos quedamos? ¿Con el de su primera etapa, con el de su segunda?. Visto así, y dado que todos tendemos a tener preferencias en el gusto del Arte, apuesto a que la mayoría preferiría (igual me equivoque) los cuadros felices e idílicos, su período retratista de condesas, sus desnudos o sus cuadros de tapices. Más que nada porque la felicidad entra más rápido, directamente por los ojos, en suma sienta mejor. Reconozcámoslo. A lo bueno no le ponemos filtros. Mientras que lo feo, lo pobre, lo rechazable cuesta muchísimo más digerirlo.
Y entonces es aquí que cuando exponemos nuestra preferencia, olvidamos que la vida está hecha de colores amarillos y de matices negros, de buenos y malos momentos, porque si algo identifica a Goya es su inabarcable ejercicio pictórico. Tanto denunció la guerra napoleónica, los asesinatos del tres de mayo como también supo rescatar lo mejor de la vida, su lozanía y su espíritu jovial e infantil así como la belleza y la inteligencia de lo más granado de la sociedad española.
A mí me parece que, aunque su enfermedad le tuvo que pasar factura al final de sus días, infiero por los retratos de sí mismo, que Francisco de Goya y Lucientes, era hombre corpulento y bonachón, imagino unas manos grandes, habilísimas y un alma adicta a la vida. Y deduzco un gran observador, un hombre con un gran sentido de la Justicia y sobre todo un aragonés de pro.
USUE MENDAZA