Germanofilia.
Me acerqué al Alemán quizá por inercia, por el azar de la vida o puede que porque entonces era un idioma que estaba de moda, pero hoy por hoy y desde la lucidez de otra perspectiva, constato su importancia desde prolíficos puntos de vista: el cultural, el intelectual, el de la Investigación, la Economía, la Filosofía o la Educación.
Eso sí, me enojo hasta el hastío al escuchar que el alemán es un idioma seco, duro de escuchar y que los alemanes son cuadriculados; e incluso lamento cuando lo asocian a Hitler, a las cervezas o a las salchichas.
Con la lengua germánica (tuve a una muy buena profesora, se llama Lisa y es nativa…) aprendí gramática y palabras pronunciables, sí pronunciables, a escribir sin recodos ni recovecos, sin parafernalia, directo al grano. Aprendí gracias a mi profesora de alemán, a ser muy crítica conmigo misma, a tachar, a mover, a precisar, a no utilizar una palabra en vano o a recurrir a ella si hubiera necesidad. Con ella aprendí a tener recursos en la manga para sustituir rápidamente y ante la mirada impasible de mi interlocutora la palabra de, en la punta de la lengua, por otra con la misma función y semántica. Aprendí a encontrar en un texto difícil las Schlüsselworter, o las palabras «LLAVE» (de forma literal) que te abren las puertas del entendimiento. Aprendí y sigo aprendiendo… porque una Lengua respira como un poema y porque sigo siendo una aprendiz en ciernes.
Nunca me he considerado germanófila. Sin embargo, leer a Kant, escuchar la música de Schumann o inmiscuirme entre mis cascos y el youtube en una entrevista de Hannah Arendt en blanco y negro y con esa añeja atmósfera del humo de tabaco rondando en ella, me resulta del todo interesantísimo y placentero.
Ya ven… que estudiar un idioma, es como estudiar el Universo. No se acaba nunca pero tiene una ventaja sobre éste: que no es inescrutable para nadie, si se pertrechan de curiosidad, ilusión y de ganas de aprender. Eso sí. Sigan los cuatro mandamientos, no ya como imposición mía sino como mero antojo a su voluntad: hablen -algo prudentemente – pero también por los codos (si son tímidos, no les importe equivocarse, todo en esta vida se resuelve por el método heurístico de ensayo-error), escriban y lean. Lean mucho el idioma que quieran aprender. Y escuchen a su interlocutor como si supieran que mañana se fueran a quedar totalmente sordos. Y sobre todo, no busquen todas las palabras en el diccionario. Sírvanse del contexto o de su imaginación porque aprender un idioma es, según máxima, conocer todo aquello, que es mucho, lo que ignoramos.
USUE MENDAZA