Inteligencia: artificial vs natural
De un tiempo a esta parte, todo el mundo alaba la Inteligencia Artificial, como si conociéramos al dedillo todas y cada una de sus aplicaciones prácticas a corto, medio y largo plazo y aunque no estemos tampoco, pongo la mano en el fuego, muy seguros sobre qué estemos hablando en realidad. Y si no, hagan la prueba: intenten definirla así a bote pronto. ¿Sabrían hacerlo o admitirían sin dilaciones su desconocimiento sobre la materia?.
No puedo por menos que estar totalmente de acuerdo con el neurobiólogo e ideólogo del “Proyecto Brain”, Rafael Yuste cuando en una entrevista suya concedida al periódico El Mundo el 26 de los corrientes, alude a una de las afirmaciones del filósofo Ludwig Wittgenstein de su Tractatus Logico-philosophicus donde L.W sabia y humildemente afirma: “de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse”.
Vaya por delante que me encanta cuando alguien que está dando una entrevista en cualquier medio periodístico… responde de manera tácita y sin apenas rasgarse las vestiduras ni parecer ajeno al tema candente, más bien extremadamente respetuoso sobre este mismo, economizando su contestación con sólo tres palabras: “no lo sé”. Pareciera, ignoro si por el “poder” que nos otorga la democratización de la información, como que todos y de un tiempo a esta parte, nos hemos convertido, por ciencia infusa, en expertos de casi todas las materias.
Experto como es R.Y, estudioso infatigable sobre el cerebro humano, habla en esta entrevista de la IA con cierta, consciente y muy prudente distancia. Hecho este último que admiro y alabo. Alude en su transcurso a una verdad o realidad insólita: que nos acecha a la Sociedad una especie de histeria colectiva, cuando todavía y en detrimento nuestro, no hemos llegado a entender y a comprender la Inteligencia biológica. No me digan que no parece una carrera (social, política, económica…también lucrativa) para ver quién apuesta por la inversión más golosa y quién o qué ciudad se lleva antes la mayor y mejor parte del pastel. Y no siempre (valga aquí mi perspectiva metafórica) el juez admite que los corredores quieran iniciarla de manera poco ética y tramposa antes del pistoletazo de salida. «La metáfora de la metáfora” es la definición, no sabría catalogarla si de precisa o imprecisa, que da, sin atribuirse por su parte ninguna arrogancia, en su escepticismo transparente, el prestigioso neurocientífico R. Yuste a la IA y que el periódico elige, a sabiendas, como titular.
Nada más lejos de mi intención el presentarme como detractora de una tecnología que supongo, no lo sé, podría facilitar muchos aspectos de nuestra vida, ni delatar asimismo a ninguna empresa o iniciativa que venga focalizando sus esfuerzos sostenidos en el tiempo sobre el foco de la digitalización IA. Eso sí. Me daría por satisfecha, si les incitara, con esto, a una reflexión tranquila y a un estudio no precoz e interesado, sino lento, profundo y sincero sobre los parabienes y ventajas de la IA. Personalmente, a mí estas dos siglas, tan puestas de moda y tan escuchadas hasta la saciedad, me llevan en mi procaz rebeldía a pensar justamente en lo contrario: léase a la inteligencia natural, que es favorecida por la última fase de la cadena de aprendizaje de las personas, y que se denomina competencia inconsciente. Conducir, andar en bici, dar las gracias, cocinar o nadar. Toda actividad que tenemos interiorizada y que nos nace hacerla de manera natural.
Interiorizadas o no estas experiencias, hace poco quise experimentar con el famoso chatGPT pidiéndole, (ya que es tan eficiente y rápido), que me escribiera un poema de versos alejandrinos. Obvio que no malgastara mi tiempo en comprobar la exactitud de su métrica ni en si los versos llevaban las correspondientes cesuras o hemistiquios pero si reparé, y no para mi solaz estético, en que el dichoso chat había incurrido, así por las buenas, en una falta garrafal e inadmisible de ortografía, por cuya omisión suspendería el más listo de la clase o que haría enrojecer a cualquiera que tenga dos dedos de frente; esto es, haber sin h, error que de inmediato me hizo desconfiar. Si al menos esta tecnología que no deja de ser una máquina programada, no olvidemos que por humanos, pudiera sonrojarse, sentir vergüenza o aprender de los errores, apelaría a ella como una máquina, digamos que casi inteligente. Empero mucho me temo que, presumiblemente, para este tipo de competencias y habilidades humanas, que nos nacen de forma natural, como el sonrojo…a la IA todavía le queda mucho trecho que recorrer. Ojalá me equivoque. No lo sé.
USUE MENDAZA