LA CRUZ DEL HUMILLADO
Cuentan las gentes de entonces,
entre leyenda y romanza,
que en un lugar del camino
desde Sevilla a Granada,
por tierras de Andalucía,
y en esas llanuras largas
que cubren los olivares,
bajo la atenta mirada
de las estrellas del cielo
y el gran lucero del alba…
que una cruz allá en lo alto,
iluminó la mañana,
cuando el infante Fernando
con sus huestes castellanas,
logró tomar Antequera
a las tropas musulmanas
*
-Un sortilegio divino
irrumpió la madrugada-
Don Per Afán, con sus huestes,
que a su encuentro cabalgaba,
soldados trajo consigo,
y en su caballo una espada,
que el rey Fernando III,
como reliquia sagrada,
ungiera de polvo y sangre
de otras gloriosas campañas.
Ofrecida a nuestro infante
con la humildad de su alma,
observó que de su rostro
los ojos se iluminaban.
Luego, inclinado en la tierra,
pero con cabeza alzada,
besó el temple y duro acero
que un ciego sol flameara,
y asiendo su empuñadura,
cual cruz sencilla y cristiana,
juró, ¡no guardarla nunca
hasta ultimar la batalla!
*
En ese mismo lugar,
y en noches de luna clara,
cuando la brisa serena
cubre de atmósfera diáfana
los senderos, los caminos,
los valles y las vaguadas,
se observa fuera del pueblo,
en una especie de ara,
la “Cruz del Humilladero”
renombrando aquella hazaña.
Y así fue como Fernando,
¡primero de los trastámara!
¡gran infante de Castilla!
¡rey de Aragón por la gracia!
llamáronle “de Antequera”
por esos reinos de España.
***