La Delicadeza
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Aunque no me considero una persona con un poder que otorga algo tan sensitivo y sensorial como la sinestesia, como saben, la especialísima condición neurológica que nos hace, explicada muy a groso modo, oír colores o ver sonidos, oler un cuadro o tocar una nota musical, sí que al escribir una palabra tan evocadora y sugerente como resulta ser la palabra “delicadeza”… ciertas imágenes, emociones, pensamientos y sentimientos se me ponen a flor de piel. Pienso por ejemplo en lo que tienen en común el esculpido de una joya de diamante, el cosido a mano con hilo de oro de una falda abullonada de seda, el minucioso trabajo de marquetería en la tradicional taracea, la carpintería y preparación del espacio hueco o vacío de una guitarra española o el esfuerzo de perfección de un sastre que entalla la tela a la espalda de una novia a sabiendas de los ultimísimos detalles que le faltan a su vestido de chantilly. Algo muy especial tienen en común todos estos objetos de culto. Además de que no son cualquier diamante, cualquier seda, cualquier taracea, cualquier guitarra o cualquier chantilly, todos ellos hablan una retórica idéntica entre sí. Y no cualquier evocadora retórica tampoco si no la pertinaz, constante y extremada retórica de la Delicadeza. A nadie con un ápice de gusto y de sensibilidad se le ocurre pensar que las manos que dan forma al diamante, que los dedos que cosen una falda de seda, que las yemas que unen con tanto mimo unas piezas de madera como versos en su glosa y que los brazos que arman una guitarra o que ultiman las costuras de un vestido de novia, lo hacen de manera desmañada, sin avidez de ambición de perfección o sin delicadeza. Trabajos sin fuste, sin maña, sin pasión, sin esa ansia de pulcritud y de excelencia, vemos, muy a nuestro pesar, todos los días. Y no sólo en lo que a la materialidad de la vida se refiere. También en las relaciones personales.
Hace tiempo que vengo observando una exuberante falta de tacto y una flagrante sed de delicadeza en el trato cotidiano entre las personas. Entre amigos, vecinos, conocidos, no tan amigos, íntimos incluso, el cliente de turno, el dependiente de la esquina, los familiares lejanos, incluso la mejor amiga por quien pondríamos la mano en el fuego. Asimismo, me he percatado también no ya del exceso de confianza, de la falta de respeto y del solipsismo campante, si no del escaso caso que hacemos a un hecho tan real como evidente: que somos personas humanas merecientes de la mayor y más exquisita delicadeza y que en un sentido holístico del término “humano”, sufrimos, queremos, padecemos y amamos y que lo hacemos, todo esto, de una manera más agravada, cuando no nos tratamos delicadamente, como se presupone una madre cuida de la piel de su bebé.
¿A qué se debe esta absurda maleficencia entre las personas? Me pregunto. ¿Cómo llevar adecuadamente el hilo de una conversación para que nuestro interlocutor se sienta a gusto con nosotros? ¿Cómo envolver o maquillar una respuesta para que el contrario se sienta mejor? ¿Cómo hacer felices a las personas que nos rodean y que queremos? Un cumplido sincero, una mentira piadosa que no maliciosa, un silencio a tiempo que no molesto, una palabra a tiempo que nos resuene como una pluma cuando cae al suelo, un adjetivo dicho con tino y con dulzura. En definitiva, poner en práctica y de forma ambiciosa y tierna, el sentido humano e intuitivo de la delicadeza. Sin ánimo de ser profética ni impertinente, nos iría muchísimo mejor.
USUE MENDAZA