Todos hemos vivido, en alguna ocasión, el impacto que produce soltar un hogar familiar: la casa de la abuela, de nuestros padres, de algún ser querido. La agencia inmobiliaria la pone en venta, pero tú aún no sabes si estás preparado. No solo se vende una casa, se vende una vida.
Esta es la premisa de Hoguera de amapolas, un viaje emocional y de amor que Claudia, la protagonista, un poquito alter ego de Mónica G. Gallego, nuestra escritora en ciernes, tendrá que transitar. Una historia llena de sensibilidad y emociones.

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Mónica, cuéntame con tus palabras, por favor, de qué trata Hoguera de amapolas.
Hoguera de amapolas es una historia sobre el amor en todas sus formas, la pérdida y la memoria. Claudia, la protagonista, regresa a la casa familiar para venderla y se encuentra con todo aquello que no ha sabido dejar atrás: los objetos, los recuerdos, los silencios. A través de ese viaje emocional busca respuestas. Se enfrenta al duelo, a los secretos familiares y a un amor que marcó su vida. Es una novela sobre cómo el pasado nos moldea, pero también sobre la posibilidad de sanar y avanzar sin mirar atrás. No es solo una historia de amor y superación; es una enseñanza.
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En alguna ocasión hemos hablado de que la novela pretende transformar el dolor en belleza. ¿Podrías explayarte un poco más sobre esto?
Creo que se puede embellecer el dolor dándole forma en cómo lo miramos. La novela nace de la necesidad de encender una hoguera en mitad de la noche para aportar algo de luz. El fuego no elimina la oscuridad, pero nos permite ver lo que hay dentro de ella.
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¿Qué le dirías hoy a esa niña de doce años que ganó su primer premio literario?
Le diría que siga escribiendo sin miedo y que confíe en su voz, porque incluso en lo más pequeño puede habitar un universo entero.
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Has contado que le sigues escribiendo a tu madre. ¿Crees que ella sigue inspirando lo que haces?
Siempre. Mi madre no está presente en cuerpo, pero sigue siendo mi ángel, y lo digo abiertamente. Hoguera de amapolas, por ejemplo, va más allá de ser una historia: es una carta que le escribí desde el corazón. Ella, de una forma u otra, me acompaña cada vez que me siento a escribir.
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¿Qué papel juega la música —y el piano, en particular— en tu forma de narrar? ¡Nos gustaría que los lectores conozcan también esta faceta de ti!
La música es como una máquina del tiempo; las palabras no llegan, pero el cuerpo recuerda y se transporta. Tocar el piano no es exactamente mi faceta, sino algo que viví en la casa de unos vecinos cuando era niña. Allí vivía un matrimonio, y el hombre tocaba el piano como hobby. Yo pasaba algunas tardes en su casa, escuchando y dejando que la música se convirtiera en mi refugio. Mientras estaba allí, no veía cómo mi madre se consumía en la cama. En la novela, la música cumple ese mismo papel de refugio. Ahora es mi hijo quién ha encontrado ese refugio, esa pasión por tocar el piano.
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¿Qué dirías que te ha enseñado Hoguera de amapolas sobre ti misma?
Me ha enseñado a reconquistar mi pequeño mundo (mi familia), a mirar atrás sin quedarme ahí. Que el duelo no desaparece, pero aprendes a reconciliarte con él.
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¿Qué te gustaría que un lector que ha pasado por una pérdida encontrara en tu libro?
Mi libro no ofrece respuestas, pero sí una mano tendida, un “no estás solo en tu dolor”. Me gustaría que el lector se reconociera en la historia y encontrara en su propio reflejo la esperanza para empezar a avanzar.
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Si pudieras describir tu obra en una emoción, ¿cuál sería?
Nostalgia.
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¿Te gustaría seguir escribiendo historias con este tipo de corte emocional o vas a explorar otros géneros?
Sí, quiero seguir explorando las emociones, aunque desde nuevas perspectivas. Actualmente tengo un proyecto en marcha con un trasfondo histórico, inspirado en hechos reales, pero manteniendo el mismo pulso emocional centrado en los personajes. Y no descarto explorar otros géneros en el futuro, como el thriller psicológico o la novela negra.


