Nada es lo que parece, la mujer de belleza exquisita es una rosa maldita, la mujer común, de paso ligero y silencioso es un ángel y el hombre poderoso, no es más que el esclavo de sus propios deseos.
He visto cientos de oasis, usando mis últimas fuerzas he corrido hacia muchos de ellos en busca de agua fresca y comida, para encontrarme arrodillado con las manos enterradas en la arena, me las he llevado a la boca convencido de tenerlas llenas de agua dulce y transparente.
En los momentos de mayor desesperación y soledad, la he visto danzar entre las llamas de un fuego azul, que no puede quemar, que en vez de destruirla la nutre y la hace crecer, que enciende sus ojos negros y los hace hablar, que me cuentan todo lo que pude tener y todo lo que pude ser.
La he visto a ella, tratando de salvarme, con sus ojos tristes y callados, con su sonrisa sigilosa.
Del desierto no debes temer al calor, ni la posibilidad de perderte para siempre, teme a los espejismos, ellos son los que realmente puede dañarte el alma, esas imágenes perfectas que los fantasmas del pasado y del futuro trazan en el aire para engañarte, para hacerte creer que hay esperanza, que tienes compañía, que tus deseos te esperan.
Creer te esclaviza, te lo dice un fantasma que apostó su alma a que el fuego no podría quemarle la piel.
Este desierto es como la vida, una serie de trampas mortales que sortear, no creas en nada, tener esperanza sólo te hará más débil, hagas lo que hagas, una de esas trampas va a funcionar.
(Cuento basado en la canción “Desert Rose” de Sting)
Norelliale