Los sueños como fuente de inspiración y el ejemplo de Raquel Ortega, Premio Amazon 2022.

miedo

Los sueños como fuente de inspiración.

 

    La otra noche tuve un sueño terrible. Yo estaba sentada viendo la tele a oscuras, en una de esas salitas antiguas con su mesa camilla con tapete de ganchillo. No acaba ahí la cosa, ¿eh? Podría, pero no. Yo estaba sentada viendo la tele, pero en realidad no la veía, yo lo que veía era la escena de mi misma viendo la tele, con la salita a oscuras, con el reflejo rojizo de la luz de la tele sobre mi figura, y, mientras tanto, un señor ataviado de médico decimonónico pasaba todo el rato por delante de la escena con el mandil lleno de sangre y llevando un cubo en una mano. Ese cubo, aunque yo no lo veía, iba lleno de vísceras. Yo no veía nada, pero lo sabía, tenía la certeza de que ahí iba la casquería resultante de lo que quiera que ese señor estuviera haciendo en el lugar del que venía. Porque las certezas son a veces terroríficas, y no hace falta ver nada más ni deleitarse en un espectáculo obsceno de sangre.

    No sé qué pasa con los sueños, que son así de caprichosos, de repente llega uno pegajoso, de los que se te quedan adheridos a la mente y cuesta deshacerse de ellos, de esos que pasa un rato desde que saliste de la cama y todavía te parece estarlo rememorando. Para esto vendría muy bien una cosa que leí que hacía Raquel Ortega, la escritora madrileña que ganó el Premio Literario de Amazon en 2022, que tenía unas pesadillas que convertía en inspiración para sus libros. Por lo visto, su último libro, El eco del bosque, está basado en una historia que le contó un niño al que cuidaba sobre un amigo imaginario que decía que tenía. A mí ya me cuentan esta premisa y en mi cabeza se desata un huracán de posibilidades. La mente nos juega malas pasadas porque se sitúa en un montón de escenarios diferentes, a cuál más tétrico, aunque lo hace para defendernos, para comprobar si estaríamos preparados en caso de que ocurriera algo peligroso. Por eso existen miedos que nunca superaremos, miedos atávicos, como la noche, los ruidos fuertes o los bichitos muy pequeños y con muchas patitas.

El eco del bosque

    Pero estaría bien eso de poder escribir tirando del hilo de nuestros sueños, habría un material muy bueno, aunque mucha gente cree que es muy fácil, cuando es todo lo contrario. ¿Habéis probado alguna vez a tratar de estructurar lo que soñáis? Simplemente, tratad de contárselo a alguien, veréis que hasta referirlo en palabras en complejo. Si ahí hay un mensaje, como tanta gente sostiene, hay que estar bien entrenado para descifrarlo. Personalmente, cuando leí El eco del bosque, ya sabiendo en qué estaba basado, me pareció que le añadía un plus de escalofríos, como esas películas que te dejan mal cuerpo y que encima alguien ha escrito en la sinopsis «basado en hechos reales», y ya te terminan de fastidiar la noche. Supongo que es porque, cuando leemos libros o vemos una película de terror, asumimos que vamos a pasar un ratito de miedo, pero que después ya está, sin más, son fantasías. Hasta que, un día, a algún genio del mal se le ocurrió decirnos al oído que esa historia se basaba en otra que, más o menos parecida, sí había sucedido. Y ahí ya tu mente se pone a trabajar, a pensar en qué grado se parecía la historia original a la que acabas de ver o leer.

    Y yo me pregunto: ¿valen los sueños como hechos reales? ¿Puedo decir que mi libro está basado en hechos reales si soñé la idea original? Tal vez a Raquel Ortega le haya pasado como a mí y le venga a la memoria muchas veces aquella frase de Dumbledore: «Por supuesto que está en tu cabeza, pero ¿por qué iba eso a significar que no es real?».

    Tampoco pretendo ponerme filosófica, ni entrar en debates sobre lo real que es que imaginemos cosas, sobre cómo somos capaces de moldear la realidad o sobre la materia de la que están hechos los sueños, que no es otra que la misma que da forma a todo lo que vemos. Lo que a mí me maravilla es la sencillez con la que la etiqueta de «real» consigue hacer que el terror aumente su poder. ¿Será que en el fondo lo que nos da miedo de verdad es la realidad?

    A mí no me daba miedo el señor médico mutilador de mi sueño, ni a Raquel Ortega el amigo imaginario de la historia de aquel niño; lo que da miedo de verdad es que hay algo malo sucediendo ahora mismo, en algún lugar, y no sabemos qué es, desconocemos su magnitud, o si será tan maligno que nos estamos perdiendo algo peligroso y espectacular, porque el miedo, seguramente, es un poco una curiosidad descontrolada, creo yo, un incendio mal apagado cuyas brasas amenazan con crecer.

 

 

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