Los Talentos
Si algo hemos aprendido durante el pasado año, es a creer más en nosotros mismos y en nuestros talentos. Pero hay que saber prestarles atención, porque están más cerquita de lo que pensamos.
Dones. Son múltiples los dones, como renglones mágicos de una obra maestra, esa magia inexplicable por lo casi divina o medio endiosada que los hace únicos, irrepetibles y especiales; y brillan, brillan como los hilos de oro de un telar o estandarte cosidos minuciosamente a mano.
Hoy más que nunca hace falta exaltar, cuidar, proteger, enaltecer y mimar los talentos. Un país sin talentos se parece a un mar sin agua o a un volcán sin lava, porque el talento, si no se expresa y no se desarrolla, si no se adquiere de manera progresiva durante un proceso maduro de aprendizaje, de poco o de nada nos vale. Una niña puede tener un oído finísimo para la música que si sus familiares no están especialmente atentos a esta aptitud, tampoco sirve; cada vez que su madre disfruta de una pieza clásica, a sabiendas delante de ella, la niña, asombrada por la cadencia del sonido, se queda inmóvil durante largo tiempo frente al equipo musical; en clase saca sobresalientes en su asignatura preferida que es Música y su profesora la elogia fervientemente delante de los demás cada vez que marca el compás en su clase de solfeo. Que se nos refuerce desde el exterior, de forma positiva en relación a ese talento aún sin despertar o inocular, es fundamental para adquirir elementos motivadores para desarrollarlo. Que alguien tenga un talento innato, pongamos que para la pintura, para el deporte o para la canción, no se podrá demostrar hasta que no coja una raqueta, un pincel o una partitura. Y como todo, las aptitudes o las habilidades, hay que entrenarlas. Y entrenarlas con dedicación y esfuerzo. Y dudo mucho que el jugador carezca de su entrenador, el pintor de su maestro y el compositor de su mentor. Que nos guíen, que nos inculquen las destrezas propias de cada arte, profesión u oficio, desde la base, y que nos orienten positivamente desde los inicios para no desviarnos del camino a seguir, produce en nosotros, meros aprendices, un estímulo muy potente de autoconfianza, de autocontrol y sobre todo una fuerte dosis de autoestima. Pero tampoco hay que convertirse en un Cézanne, ni querer ser un Nadal, ni mucho menos parecerse a un Mozart; estaría bien destronar a los talentos de las torres de cristal en las que están instalados, lo que nos lleva a pensar que son muchos, más de los que pensamos, los tocados por la varita “mágica”. Porque todo es entrenable. Saber escuchar, saber hablar, saber estar…también son poderes potencialmente educables.
Desagrada observar que están mejor remunerados o mejor vistos unos “talentos” que otros. Alguna persona pacata habrá que diga, sin asombro del personal, que meter goles como Messi debe estar mejor pagado (y de hecho lo está) que salvar la vida a un paciente de una muerte segura. Y así nos va. La fuga de talentos es un fenómeno al que los Gobiernos miran muchas veces – por no decir siempre- de soslayo, pero que un país no debe ni puede permitirse. Existe poca cultura del reconocimiento, de la meritocracia o del enaltecimiento del TALENTO y no son pocos los casos en que una persona brilla, triunfa o se siente más reconocida en el extranjero que en su propia casa. Y éste es un mal endémico, difícil de manejar. Porque no sólo me refiero a la fuga de cerebros. También a la de enfermeros y médicos a hospitales donde se les valora como merecen, a la de bailarines a escuelas que les ofrecen un porvenir, a la de investigadores que huyen a donde saben que van a contar con el apoyo necesario para su proyecto. Y así una extensa y larga lista, inmerecida.
Pero no nos pongamos trágicos. Porque no todo está perdido y siempre hubo oasis en los desiertos más intransitables. El hecho de que vivamos tiempos muy difíciles resulta un acicate, diría que muy potente, para rodearnos de personas talentosas, de aquellas con nuevas ideas que sean fuente de ganas, ilusión, impulso y energía para reinventarse; y no sólo eso. Hace falta también acompañarlas y apoyarlas en su odisea. Un país, desde sus órganos de poder, debe ser principal garante de este apoyo y reconocimiento hacia sus ciudadanos y la Sociedad debe enorgullecerse de ellos. No sería de recibo que los países ignoraran a los que puedan salvaguardar su futuro más próspero. Como diría la primera dama que impulsara la Declaración de los Derechos Humanos, Eleanor Roosevelt, “el futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños”. Y para cumplir un sueño, hace falta, además de mucho esfuerzo, mucho, mucho talento.
USUE MENDAZA