Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009
Creo que fue por el mes de Enero cuando les vi juntos por última vez. Iban cogidos de la mano, como siempre, y también como siempre discutían en voz alta sobre no sé qué viaje o algo por el estilo. Era enternecedor: tan mayores y aún comportándose como dos críos. Los dos delgados, enjutos, algo encorvados, superando ampliamente los setenta y andando –casi corriendo- hacia su diminuta casa.
Aunque apenas los conocía, ambos me saludaban muy educadamente. Él, levantando un mugriento sombrero de color indefinible. Y ella con un “buenos días tenga usted” que podía oírse a cuatro manzanas de distancia.
Sé que vivían de una magra pensión y sé que nadie les visitaba. Ignoro si tuvieron hijos y nietos, pero siempre estaban solos. Mejor dicho, nunca lo estuvieron porque se tenían el uno al otro. Eran como una misma cosa: el lienzo y la pintura, el marco de la ventana y su cristal. No los imaginaba de otro modo.
Hasta hace unos días. Los dos habían muerto y su casa estaba cerrada a cal y canto. Una vecina, que en vida jamás se preocupó de ellos, me lo contaba con lágrimas en los ojos:
– Ha sido muy triste, ¿sabe usted? Primero él, tan bueno, un ataque al corazón. Y al día siguiente, en medio del velatorio, murió su mujer. Yo creo que fue de pena ¿sabe usted? Pobrecicos, tan buenos eran…
Pero el pueblo anda revolucionado. Matilde, la del estanco, asegura que los vio una noche, dos días después de los entierros, corriendo y gritando por en medio de la era. Y claro, la cosa anda en boca de todos. Hasta el alcalde que es un hombre serio y cabal ha ordenado a los municipales que hagan una batida por la zona a ver qué hay de cierto.
Don Emeterio, el cura, nos soltó el domingo una filípica en el sermón, amenazando con excomulgar a quien creyese esas barbaridades. Tales cosas llegó a decir que la mayoría de los fieles nos santiguamos al oírlo y hasta hubo quien salió discretamente de la iglesia.
Yo no estaba dispuesto a creer semejantes majaderías. Pero hace un rato, en la pared de su diminuta casa, ha aparecido un corazón pintado con hollín. Lo que me ha dejado perplejo es el texto que puede leerse debajo:
“Esta noche, a las doce, te espero en la era, como siempre.”
Orictolagus
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