Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009
Ha vuelto a hacerlo. Como cada año. Como cada seis de enero. Nostalgia, dice él. Nostalgia de cuando éramos jóvenes. Si pudiera, si él pudiera, volvería atrás, a esos días de rosa y gris, de nubes blancas y negras, de besos y enfados; al principio de los tiempos. Saca un álbum de tapas descoloridas y va pasando las hojas muy despacio, deteniéndose en ésta o aquella fotografía que congeló un instante de vida. “¡Mira, qué guapos!”, dice con un suspiro. Y luego coge otro álbum, y otro, hasta llegar a nuestros días. “¿A ti no te gustaría recuperar aquellos años?”, pregunta. “No”, le contesto. Y a él se le pone la cara larga como si le estuviera negando la vida en común, como si quisiera borrar aquel primero de mayo cuando robó una rosa en un jardín de Cáceres para mí. “Volver a ser joven, sí, pero no repetir lo vivido”, le digo, intentando un acercamiento. Inútil. Porque él quiere girar las manillas del reloj, retroceder en el tiempo, y arrastrarme en ese sueño, y yo no. Entiéndanme. Me gusta esa chica que hay en la pantalla del ordenador con cara de niña, piel de melocotón y un lazo rosa en el pelo, que mira su dedo a punto de ser coronado con un anillo. Me gusta ese chico de media melena y sonrisa a lo Paul Newman que coge mi mano. Pero quiero estar donde estoy. Con mis canas teñidas de rubio, mis gafas de presbicia, las arrugas y la flaccidez de años vividos. Y lo quiero a él más reposado, más tierno, más comprensivo… Treinta y cuatro años como semillas que han ido cayendo sobre la tierra, muy hondo, germinando a pesar del granizo, de las heladas, de los malos aires… Treinta y cuatro años juntos. Y más.
Lara
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Precioso.