Cuando mi mano se mueve con la lentitud del ave que vuela sobre su presa esperando que se detenga, escribo en este papiro los recuerdos de aquel niño que jugaba entre naranjos. Fue una hermosa mañana de primavera en Murcia, cuando Sara me llevó a su huerto para enseñarme aquel nido con cuatro pequeños y hermosos huevos. Recuerdo que tenía seis años. Sara diez. Me dijo que de cada uno saldría un jilguero. Fue la primera vez que la creación me sorprendió. ¿Qué poder tan maravilloso podía hacer eso?, le pregunté. Sara me dijo que ese tremendo poder era el amor.
Después a lo largo de mis viajes comprobé que Sara tenía razón. Estuve en Jerusalén, donde vi lugares hermosos construidos por judíos, musulmanes y cristianos. Todos honraban a Dios. Observando la ciudad hablé con sus gentes. Los que amaban construían, los que odiaban destruían la creación. En konya dos niños sucios y hambrientos se me acercaron pidiéndome algo para comer. Les di lo que llevaba. Lo llevaremos a nuestra madre, me dijeron. Ella está tan hambrienta como nosotros.
Ahora al final de mis días me encuentro en esta ciudad de Damasco, donde las historias y los cuentos surgen como la hierba en primavera. Hay un pequeño gorrión que todos los días viene a mi encuentro. Entra por un agujero de la ventana de mi estancia, me mira sin temor y se detiene. Sabe que mis movimientos son lentos y torpes. Acompaña mi soledad. También en él esta la naturaleza del amor, por eso le hablo, le comento mis pensamientos, mis dudas (todavía las tengo y son infinitas), le cuento los lugares por los que he pasado, en los que he vivido. Me escucha con atención. Sin preguntar nada. Cuando termino comienza a cantar. Me cuenta una historia cada día. Me dice cosas que ya no puedo ver ni oír. Me habla de la primavera, de los cazadores que le persiguen, de los niños que lo molestan lanzándole piedras. Me agradece las migas de pan que por las mañanas le dejo en la repisa de la ventana.
Por la tarde medito sobre mis recuerdos, sobre la vida pasada, sobre la cercana muerte. Algunos jóvenes vienen a escuchar mis palabras. Les hablo del cielo, de las aves, de las personas, de Dios. Relato mis viajes por el espíritu y la mente. Les cuento una historia. Les digo lo justo que es el movimiento del amor.
Pero después de tantos años por el mundo, lo que más me agrada y reconforta es el recuerdo de aquel huerto de naranjos en el que Sara me explicó el maravilloso poder de la creación
Ibn Arabí. Fragmento perdido de mi autobiografía
Pablo Guillamón
Premio especial Tras las huellas de Ibn Arabi