23- Historia de amor. Por Nadia K

Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009

Le pregunté por su historia de amor, con la amable condescendencia que mostramos los jóvenes ante los ancianos, en la creencia de que nadie nunca antes de nosotros ha sentido con tanta intensidad. Estábamos junto al mar, en esa hora mágica en que los pintores aguardan con anhelo la fugacidad del rayo verde. Levantó hacia mí su rostro, devastado por mil enjambres de segundos voraces, de esos que dejamos pasar, engañados por su aparente insignificancia. Fue tan intensa su mirada que, avergonzada de mi fatuidad, tomé su mano con delicadeza, en señal de respeto.

Me habló de un amor, tan bello que iluminó una vida entera; un amor que le dio fuerzas para afrontar la amargura de la pérdida, para compensar las desdichas pasadas y aún el resto de las venideras. Sería ilusión mía, pero creí notar que sus ojos, de un castaño ya desvaído, se avivaban por un momento. O quizá fueron los últimos destellos dorados de un sol que la noche vencía.

-Y, aunque nunca nos tuvimos por completo, aunque la imposibilidad de aquel amor nos hiciera alejarnos por pura supervivencia, nunca apagué ese sentimiento del todo, como la lucecita amiga que se deja en el cuarto de los niños para librarlos del miedo y la soledad.
-Pero…-titubeé- Creí que me estabas hablando del abuelo…

Se sonrió levemente, entre la tristeza y la travesura de una franqueza tardía y, por ello, disculpable.

-No se lo cuentes a tu padre. Él siempre ha estado tan orgulloso de nosotros…Suele decir que el matrimonio de sus padres ha sido el espejo en el que se ha mirado para construir el suyo. Y lo ha hecho muy bien, y eso es mi alegría y mi premio. Quise mucho a aquel hombre, sí. Pero llegó a mi vida a destiempo, como un regalo inesperado que no podía aceptar y ambos lo sabíamos. No podía cargar sobre mi hijo la vergüenza social de una madre prófuga ni quebrar su infancia con una elección traumatizante. Guardé para mí el dolor de la renuncia, adormeciéndolo con una nostalgia dulce. Tu abuelo también merecía ser amado y creo que vivió feliz hasta el final. No me desprecies por cobarde ni me compadezcas por abnegada. A veces la vida no es la novela soñada, pero el amor tiene muchas facetas. Hace frío, vamos.

Besó con dulzura mi mano y, como cuando era una niña, me condujo hasta casa.

Nadia K

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