29-Nuestro colchón. Por Seda

 Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009 

Postrado sobre el mullido colchón de plumas de nuestros últimos veinticinco años guardado con cariño, observaba el bordoncillo perimetral aún sujeto pese a las sacudidas que ha sufrido en todo este tiempo.

Fue entonces cuando me di cuenta del brote inconsciente del ombliguillo de un cálamo sobre la urdimbre del fuerte paño, lugar de nuestro descanso.

Y al tirar de él -como las cerezas- las plumas, unas tras otras, empezaron a salir unidas, testigos de un pasado, a la luz de nuestra alcoba. Nadie mejor que ellas saben de él, de nuestras noches vividas, en cuyo interior han asistido silenciosas.

Y si una pluma aflora y habla de dichas, otra lo hace de silencios, algunas de tibios aprietos, y las más de obstáculos ante una carrera vibrante que unidos supimos vencer.

Una pluma rojiza, señal de alerta, nos cuenta de las dudas escuchadas tantas veces consultadas al calor de la almohada, que si ésta, inconexa al tálamo, supo de él gracias al calor de nuestros cuerpos unidos tal vasos comunicadores que se complementan.

Una pluma de verde pájaro, alegre, coqueta y volandera, recuerda amaneceres ilusionados, mientras otra amarillenta, habla, sin embargo, de una luz mortecina que avivándola con dulzura supimos mantener.

Al tirar de ellas y recogerlas en los cuencos de nuestras manos, al soltarlas merced al soplido a dos bocas, bailan por la alcoba, siguen risueñas y desperezan sus mostachos de seda, estrangulados por nuestros cuerpos durante tantos años, pero mostrando al mismo tiempo cierta complicidad, como si quisieran recordar unos susurros y unos gemidos, que, retorciéndose bajo ellos, con seguridad los conocían al escucharlos una vez tras otra.

Algunas de aquellas plumas, cotillas y provocadoras, airean rencillas sutiles, lloros arrepentidos, quejas igualmente oídas, pero que ultimados entre besos al calor de las sabanas ahora los recuerdan con agrado.

Hasta que apareció la última pluma, la más grande de todas, la que cogí al vuelo con mis manos y sin intención de soltarla nunca. Su cálamo lleno de tinta es la fuerza que nos anima a seguir juntos escribiendo sobre el ya raido, pero mullido colchón otros veinticinco años más.

O quizá más de ellos, al menos mientras quede en el centro de su alma una gota de tinta, que si fresca lo haremos con ilusión, si está seca, la fluiremos con el aliento, unidos en nuestro colchón.

Seda

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