“El matrimonio es tratar de solucionar, entre dos,conflictos que nunca hubieran surgido al estar solo”.
Eddy Cantor.
Charo limpió el sudor de su frente con el dorso de la mano mientras recorría las calles del poblado minero cargada con la compra, considerándose afortunada por tener para los suyos, y alguna vez, llevarles un caprichito, aunque no siempre había sido así.
Se había casado con Pedro en la pequeña iglesia de su pueblo, hacía casi cuarenta años. Soñaba con un vestido blanco y llevó un traje de chaqueta negro, porque su boda fue a lo “pobre”, como decían entonces, pues la iglesia donde guardaban su fe de bautismo había quemado durante la guerra y necesitó un permiso especial. No le importó y guardó su ilusión para la vida en común, pero las cosas no fueron como las había imaginado. Pedro se marchaba de casa de noche, apenas las cinco de la madrugada, y regresaba cuando había vuelto a anochecer. Ella se pasaba el día en el huerto, cocinando o en el lavadero tratando de devolver el color a los negros monos de su marido. A veces reñían, pues estaban tan cansados que no querían soportar los problemas que el otro tenía que contarle. Pero los domingos era su día. Ella se arreglaba y él cortaba una rosa del jardín y se la ponía en el pelo. Olvidaban por unos instantes los problemas de la semana y volvían a ser jóvenes. Los años fueron pasando y trajeron con ellos hijos y canas. Charo bajaba cada semana al mercadillo a vender flores y productos del huerto y ganar algún dinero. Pedro seguía trabajando de sol a sol, o mejor dicho, de luna a luna, y entre sacrificios y necesidades fueron criando a sus hijos. Muchas tardes, Charo se sentaba en su huerto para ver llegar a su marido y pensaba que no había sido fácil. A veces él no la había entendido y tampoco ella a él. Ser mujer de minero no era para cualquiera. Aún recordaba el día que el hijo del tendero fue a casa a decirle que había habido una explosión. Había ido corriendo a la entrada del pozo, y unas horas después, para su alivio, Pedro salía. También recordaba que los años posteriores habían sido muy duros, pero habían sobrevivido. Todavía vivían con sus hijos, y los domingos, Pedro seguía cogiendo una rosa para ponérsela en el pelo.
Landa
Pincha en la imagen para acceder a la web especial de este premio.