Un viento fuerte soplaba al otro lado de la tapia del cementerio. Raúl cerro los ojos,sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida, a sus treinta años recién cumplidos, no había hecho otra cosa más que trabajar , casi desde que era un niño, ahora esperaba lleno de rabia e impotencia, además de un miedo interno, visceral, a que un pelotón le pegase un par de tiros y le dejase allí tirado para siempre. Raúl intento pensar en su mujer, en Inés, quería morirse al menos con un buen recuerdo, y ¿qué mejor que llevar la imagen de su amada hasta el final?. Pero no podía concentrarse, los compañeros que estaban a
su lado gritaban, hombres como castillos de grandes lloriqueaban y el resto simplemente ya se habían mentalizado a morir, simplemente esperaban mirando al vacío. Todo estaba ya preparado, solo quedaba esperar la fatídica orden de un momento a otro, de repente aquel
silencio de ultratumba del exterior del camposanto, quedó roto súbitamente, una mujer le gritaba al Cabo que iba a dirigir el fusilamiento, agitaba una prenda en la mano. Inés le llevaba a Raúl un jersey, era su ultima voluntad, morir con aquel jersey. Raúl se lo vistió y a continuación las ráfagas de ametralladora rompieron el sepulcral silencio de una noche triste y terriblemente oscura. Un viento fuerte soplaba al otro lado de la tapia del cementerio. Minutos más tarde, Inés Blanco Díaz, reposaba para siempre junto a Raúl Mesa González, mis abuelos. Ambos vivieron juntos sesenta años. Ella, mi abuela Inés que era toda una belleza para la época,- año 1936, guerra civil en España,- salvó la vida al abuelo. A él le condenaron a morir fusilado simplemente por tener la casa “llena de libros”, sencillamente por esa cuestión, y ella se ligó al Guardia Civil de turno, y le dijo que si salvaba a su marido se iría con el. Dicho y hecho, el soldado que le tenía que disparar sabía que tenía que “simular” un disparo certero que nunca se llegó a ejecutar y Raúl cayó al suelo al escuchar los disparos debido al miedo acumulado.
Hace unos cuantos días murió mi abuelo Raúl, mientras dormía. Una semana más tarde, Inés, su mujer, se iba también de este mundo. Habían estado juntos casi toda la vida y el fuego sin su amor, se apagó.
VENECIA KERR
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