—¡Estoy muy enfadada!
—¿Por qué mamá?
—¡No encuentro mi ropa! Esas mujeres que entraron aquí se la llevaron.
—¡Mamá, por favor, siéntate! Yo te busco la ropa.
—Las vi hurgando en los armarios y cajones de toda la casa. ¡No es la primera vez!
—¡Venga, mamá, quítate el batín! Yo te ayudo a vestirte. Muy bien.
—¡Esta ropa no es mía! Esas mujeres se han llevado mis vestidos. Y así no pienso salir a la calle.
—Ahora a desayunar…
—¿Qué es ese ruido? ¡Ya están aquí otra vez!
—No, no… mamá, soy yo que remuevo la leche.
—¿Para qué remueves la leche?
—Son las ocho y cuarto. ¡Se va a hacer tarde!
—¿Tarde?
—Desayuna, por favor.
—¿Quién es ese hombre?
—El hombre de la foto es mi padre.
—¿Tu padre?
—Sí, tu marido.
—No me acuerdo de él.
—Ya lo sé, mamá. Te quería mucho, ¿sabes?
—¿Dónde está?
— Pues… Madre, termina el desayuno, el autobús pasará enseguida.
—¿Dónde está?
—Se fue.
—¿Adónde?
—Más allá de las estrellas, quizá.
—¿Cuándo volverá?
—Algún día… Dame tu brazo y bajaremos juntas en el ascensor.
—Afortunadamente, todavía no ha pasado el autobús.
—¿Qué?
—Mira, ahí está… Sube. A la tarde, vendré a recogerte… Un beso.
Amatista
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