Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009
Valentina, en el fondo me alegro de lo que sucedió aquella remota tarde de hace ya once décadas, cuando Ceferino nos dio a beber las sales que habrían de proporcionarnos la eterna juventud. Reconócelo, el doctor Bremón es un genio, pero ninguno de los otros cuatro que participamos de aquello creíamos en la eficacia de su revolucionario descubrimiento. Pero ya lo ves, aquí seguimos con ciento y pico años a nuestras espaldas y tan frescos.
¡Los médicos! Tantas vidas se han llevado por delante y sin embargo uno de ellos ha prolongado la nuestra hasta casi el infinito. Qué chasco se llevaría mi tío, desde el otro mundo, al saber que por fin cobramos la imposible herencia al cabo de 60 años; y aún puedo ver la cara que puso el pobre agente de seguros cuando nos presentamos los cinco a reclamar lo que nos correspondía por la bendita póliza aquélla.
Pasamos unas décadas de hastío, lo reconozco, porque saberse inmortal pesa mucho; fueron momentos muy duros y hubo un cierto distanciamiento entre ambos; gracias que nuestro querido Bremón supo dar una vez más con la fórmula para rejuvenecer y con ello recobramos las ganas de vivir.
¿Te acuerdas? Nos tuvimos que esconder de nuestros propios hijos, cada vez más mayores, para que no nos reprendieran por nuestras correrías nocturnas y para que no se volvieran locos al ver a sus padres cada día más jóvenes mientras ellos se encaminaban indefectiblemente hacia la madurez. Ahora parecemos sus hijos, y pronto pareceremos sus nietos…
Cuántas noches de amor, Valentina, cuántos besos, cuantos poemas recitados a la luz de las incontables lunas que han desfilado ante nuestros ojos. Cuánto ha evolucionado el mundo: el automóvil, la televisión, los ordenadores…, y lo hemos ido disfrutando con savia nueva en las venas… Aparentar de nuevo veinte años pero haber apagado cientos de velas de cumpleaños; beberse trago a trago cada amanecer, cada primavera, cada hoja del calendario… Saber que nuestros relojes recorren de nuevo momentos que ya disfrutamos antaño, hace quién sabe si ochenta o noventa años, y tener la esperanza de que cuando seamos dos niños, nuestros hijos nos llevarán al mismo colegio, y más tarde a la misma guardería, y que quizá en el último segundo de esta cuenta atrás los relojes cambien de signo y volvamos a vivir esto una vez más, unidos para siempre, Valentina.
Ricardo Cifuentes
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