Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009
La encontré con la mirada perdida frente a la ventana entreabierta al mar. Encima de la cama un precioso vestido negro de encaje, los zapatos negros de charol, un delicado y sencillo tocado blanco y todos los complementos para un día de celebración. Sin embargo, no noté en ella la alegría esperada; más bien me saludó balbuceante escondiendo un pañuelo entre las manos
Yo la abracé mientras la saludaba, nunca fue una mujer optimista y los cambios, fueran del signo que fueren, la perturbaban; y este día, de algún modo, lo hacía especialmente.
-¿Crees que me quedará bien? No termino de verme con el tocado. No sé muy bien qué celebramos ni para qué, han sido cincuenta años, si, pero ¿qué tiene de particular? No sé siquiera si esto puede llamarse un matrimonio, desde luego no ha sido como yo esperaba, nada especial.
El teléfono no dejaba de sonar, las idas y venidas de los hijos y los nietos, primos, hermanos, todo un bullicio para ella exagerado
Si embargo, él atendía a todos con esmero dando las últimas instrucciones, feliz y exultante sabiendo que habría pequeñas sorpresas que ella no atisbaría a intuir.
Consciente del esfuerzo que el camino recorrido juntos había supuesto, se había asegurado de que todo fuera un perfecto homenaje en torno a su reina. Él se sentía plenamente satisfecho con el objetivo cumplido que tantos años antes habían planteado ilusionadamente. Todo había sido perfecto y si no lo había sido del todo, hoy era día de olvidar tristezas y recuperar los buenos momentos.
Finalmente, ella se vistió y del brazo de sus padrinos ambos acudieron a la iglesia y, entre un centenar de familiares y amigos, se escucharon palabras de elogio, reconocimiento, admiración y sobre todo cariño.
Al salir de la iglesia, la imagen que contemplaron no dejó lugar a dudas a ninguno de los dos. El aplauso les aturdía confundido con los pétalos de rosa y el arroz que sus nietos les lanzaban, las lágrimas de sus hijas mayores, los abrazos de sus ahijados y amigos, un ramillete de seres queridos entregados a la emoción de un momento entrañable. Se miraron algo cohibidos y apretaron sus manos fuertemente. Ahora tenían la certeza de que el sacrificio y el cariño puesto en ese empeño habían merecido la pena y ahí, enfrente, en todas esas personas, habían dejado un trocito de si mismos y de su amor.
Evaluna
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