Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009
Bajando con rapidez las escaleras del portal, a través de la reja del portalón de acceso al edificio señorial, el joven vislumbra el autobús que gira desde la calle Altamirano hasta la parada del Paseo del Pintor Rosales. Acelera el paso, sale precipitadamente del portal, e inicia el cruce en diagonal de la calle semidesierta a esa hora de la tarde de verano
La sorpresa por la caída supera al dolor cuando se encuentra tendido en el borde la calzada. Poco a poco se intenta incorporar y observa con rabia el agujero en la acera fruto de estas obras veraniegas que asolan la ciudad. ¡Malditos perforadores de aceras!. Su intento de recobrar una postura digna es inútil, descubre que el tobillo ha dejado de prestar su función. Dispuesto a recorrer a la pata coja la escasa distancia que le separa de su portal, constata que a pesar de su aspecto impecable de joven ejecutivo, los pocos transeúntes que se han cruzado con él, le han evitado, acentuando su sensación de ridículo y desamparo.
La joven se acerca y le coge del brazo. Es tan hermosa que de momento la sorpresa suspende el dolor. Le ayuda a sentarse en el banco frente al portal de su casa. Intercambian unas cuantas frases banales fruto de la tensión que le provoca la belleza de esta mujer. Rechaza el ofrecimiento de asistencia justificando la extrema proximidad de su casa y al rato asiste al caminar de la joven alejándose por el paseo. Sigue con la mirada la imagen del movimiento del vestido vaporoso.
Tras una incómoda operación y meses de rehabilitación, sólo el recuerdo diario de la imagen de esa hermosa mujer caminando altera su rutina.
El anciano baja cuidadosamente la escalera el portal agarrándose con precaución a la barandilla de latón. Sale del portal y se dispone a cruzar la calle para dar su paseo diario por el parque.
La joven tropieza al poner el pie en la acera y cae casi delante del anciano. Caballerosamente el hombre ayuda a la mujer a reincorporarse y sentarse en el banco frente al portal de su casa. La visión de la joven sentada en el banco le hace enmudecer. Tras un rato durante el que él permanece inmóvil de pie delante de la mujer, ella se levanta y se aleja por el paseo mientras el anciano contempla el movimiento del vestido vaporoso.
Un vestido vaporoso
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