Coincido con Fulanita, a quien hace meses que no veo, y me saluda como si hubiéramos estado juntas ayer.
– Es que te leo siempre, maja. Nunca escribo nada porque yo no soy de escribir, pero me encanta leerte.
Me cruzo con Menganito, de quien no sabía nada desde hace un año, y me pregunta por algo que me sucedió la semana pasada.
– ¿Y tú? ¿Cómo sabes eso?
– Anda, porque te leo.
En la pantalla de mi móvil palpita un nombre que me hace sonreír por dentro y por fuera. Mientras desgranamos confidencias a media voz, me doy cuenta de que me habla como si sólo hiciera unas horas que le di un beso de despedida antes de subirme al coche.
– ¿Tanto tiempo hace?- se sorprende él- No puede ser.
– Calcula ¿cuánto hace que te mudaste?
– Joder, es verdad. Pues yo tengo la sensación de que siempre ando contigo. La culpa es de la literatura.
– ¿De la literatura?
– Te leo todos los días.
Escribe y verás mundo, decían.
Escribe y conocerás gente, decían.
Escribe y comprenderás, decían.
Y al final, tanto escribir para esto: para que mis palabras usurpen mi lugar en el corazón de los demás.
Si no estuviera tan feliz viviendo, mirando y tomando notas, tendría celos de lo que escribo.
Marisol Oviaño
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