Adagio. Por Isidro R. Ayestarán


Hoy no vengo hacia Ti para rezarte, sino para contarte la profunda herida que yace en mi alma. Sólo te pido que no me cierres las puertas de tu morada, que no me alejes de tu lado ni mires hacia otra parte únicamente porque no me comporté como debí hacerlo… Te lo pido porque eres Tú el único con quien puedo charlar en estos momentos. Mi único aliento. El brazo donde reconfortar el terrible desconsuelo de mi corazón… Por eso te pido que me escuches…
Tengo un hijo que se llama Alberto, aunque eso ya debes saberlo. Que de crío éramos felices, que nos reíamos mucho estando juntos y que yo le veía crecer con orgullo de padre sabiendo que algún día sería un hombre de provecho…
Hace unos meses me confesó sus sentimientos hacia otro chico y yo, escandalizado y profundamente decepcionado, lo eché de casa, de mi vida, y de mi mundo. Y él, con lágrimas en los ojos, salió del hogar dando un portazo terrible que presagiaba un punto final perenne. Pero no fue el único que derramó una lágrima.
¿Qué hacer? Desde entonces no he vuelto a verle pese a que he estado tentado a ir a la calle donde vive con su novio para, aunque fuera por unos segundos, verle a distancia, saber que sigue bien, que tiene buen aspecto y que, a pesar de mi repulsa por aceptar su forma de ser, sigue sabiendo lo que es pintar una sonrisa en su rostro, en esa carita tan párvula aún y ya tan humillada por continuos rechazos, como el de su propio padre.
Dime, pues, cómo debo comportarme. Mis días ya no tienen sentido porque siento que me falta una parte importante para reanudar el camino que un día inicié de la mano de mi niño… Soy consciente de los valores que yo aprendí de mi progenitor y que esos mismos ideales, considerándolos los únicos válidos en la vida, debía transmitírselos también a él. Eso me enseñaron tus ministros, tus representantes, tus estandartes…
Pero ahora quiero hablar cara a cara contigo, sin intermediarios ni terceros que confundan mi angustia y mi temor por perder a mi chico para siempre… ¿Y si fueran ellos los que están equivocados? ¿Y si fuera de verdad que el amor es lo único que importa en este mundo y que mi niño tiene todo el derecho a enamorarse de quien le haga realmente feliz?
Te lo pregunto, porque desde hace días siento la necesidad de ir a buscarle, de estrecharle entre mis brazos, comerle a besos y decirle que no me importa con quien esté, con quien viva y a quien ame. El es mi chico, mi Berto, el niño al que acunaba de pequeño y a quien enseñé a meter goles entre los palos de la portería de la cancha del barrio…
Don Nicanor me dice que Alberto eligió un camino lejos de Dios y que tiene que asumir su error… Pero dime Tú hacia dónde debo mirar en estos momentos, porque mis sentimientos y mi amor de padre miran hacia donde se encuentra él…
No te preocupes por no darme una respuesta inmediata. Yo seguiré viniendo todos los días a encenderte una vela. El calor que ella desprende se parece tanto a las sonrisas que mi niño me regalaba cada mañana…

© Isidro R. Ayestarán, 2007
www.isidrorayestaran.blogspot.com – NOCTURNOS

2 comentarios:

  1. Soberbio…Gracias por hacer que me emocione

  2. Hacia días que buscaba algo literario que me impactara en la red, y lo encontré en esta carta, en este post. Felicidades.
    Y muchas gracias por escribirla.
    Salud para muchas cartas más.

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