Adiós querido padre. Por Fernando Guerrero

Allí estabas, sentado como siempre en esa vieja silla en medio de la habitación.
Ya tus rodillas se quiebran a causa de los años y los surcos de tu piel cuentan miles de historias, tu sonrisa se apaga y subes el volumen de la radio, miras por la ventana y maldices a mis amigos que corren y saltan sobre la nieve, vuelves a mí y respiras profundo, pronuncias algunas palabras, cierro mis ojos y las recibo con un gesto de hastió y te doy la espalda, pronuncias mi nombre y las repites mientras camino hacia la puerta, ¡Te amo tanto, te amo tanto!, detengo mis pasos y trato de murmurarte mis ofensas, sigo mi camino y una lagrima fría roza tu piel mientras cierro la puerta.

Hoy la primavera yace sobre el invierno, y a nadie parece importarle el dolor que llevo adentro, miro por la ventana y maldigo a mis amigos que siguen corriendo y saltando, sobre la cama tu cuerpo se pone más frio y rígido, respiro profundo y pronuncio algunas palabras, parece no importarte lo que he dicho, así que pronuncio tu nombre y las repito con más fuerza y aunque no me escuchas insisto en decírtelas: ¡Te amo tanto, te amo tanto! mis rodillas tiemblan y el dolor no cesa, me ignoras con tus manos cruzadas sobre el pecho.

Fernando Guerrero

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