Aprendiendo…
Os quiero contar una historia. Resulta que en los jardines del Museo donde trabajo, descubrí no hace mucho un gatito pequeño. Parecía asustado y triste. Su mamá debió largarse y lo dejó allí. Pensé, que si nadie se ocupaba de él, sus días estarían contados. Me fui al ´super´ y le compré comida: Delicias para gatos. Cuando volví, no lo encontraba por ningún sitio. Abrí una lata de salmón, la volqué sobre un periódico y lo coloqué junto al rincón con flores y piedras donde lo vi refugiarse. Al día siguiente, encontré el periódico lleno de hormigas y ni rastro del lindo gatito. Recogí los restos y le dejé otra lata, esta vez abierta pero sin volcar. Por la tarde, entre los arbolitos y matas de margaritas, le vi con el hocico dentro y el rabillo alegre. Así estuve unos días, dejándole comida y vigilando a los predadores minúsculos y ladrones. Pero claro, ni yo podía estar pendiente del gato, ni iba a llenar el jardín de hormigas. De manera que cambié las latas por otro tipo de alimento menos pastoso. Un puñadito aquí…, otro allá… y un poco más por ese lado. Parece que el cambio no le hizo gracia, porque aquello se fue degradando hasta que los jardineros vinieron a limpiar y lo dejaron todo impecable. ¿Qué habrá sido del gatito? Pensaba yo cuando la memoria desempolva y ordena. Y mira por donde, al día siguiente, le veo venir calle arriba, relamiéndose los bigotes y con dos palmos más de cuerpo. Me ve. Se para. Escruta mis ojos y huye a su rincón como si lo hubiera descubierto en falta. Ay, pillín, que te estás buscando la vida por tu cuenta en el contenedor de la esquina, pensé. Y me quedé mucho más tranquila, al saber que la necesidad agudiza el ingenio.
Hoy, después de muchos meses, he vuelto a verle. Había crecido tanto que ni siquiera lo reconocía. Está precioso, sano y con un brillo satinado envidiable. Y he pensado, cómo un gatito indefenso, ha sabido sobrevivir solo, sin quejarse, sin traumas, sin reproches, sin nada de eso a lo que los humanos nos agarramos para compadecernos de nuestras desgracias. Ha aprendido a sobrevivir y esto le confiere un grado de superioridad e independencia envidiable. Él no se cuestiona por qué le dejaron solo, por qué nadie se ocupó de él, por qué… Se lame sus patitas cuando hace falta, se busca la vida y el mejor rincón del jardín para dormir. Cuando me iba, le vi tumbado al sol y creo que hasta me lanzó un guiño.
Y que tenga yo que aprender de un gato…
Texto: Mercedes Martín Alfaya
Desde luego que se aprende leyéndote, Mercedes.
Así son los gatos. Independientes
Un besillo
Muchas gracias por tus palabras, Paco. La verdad es que nunca me había fijado en lo que podemos aprender de los animales en general y de un gato en particular. Cuando era pequeña, me resultaba extraño ver a la gente con su perro y que nadie paseara a su gato. Y yo pensaba… jo, si yo fuera un gato me sentiría celoso… Ahora, acabo de descubrir algo con respecto a muchas cuestiones que no entiendo; y eso me ayuda a crecer como persona. Este gato abandonado, lejos de compadecerse y rendirse, ha utilizado todos los medios a su alcance para cuidar de sí mismo. Y ahí está, satisfecho y feliz, como si el Mundo hubiera sido creado para él.
Un abrazo de exploradora y más gracias.