Soy un chico algo raro, algo extraño, algo, no sé. Ah, sí, algo normal, y algo grande. Escribo y estudio a tiempo parcial, y el resto del tiempo lo dedico a leer y escuchar discos parcialmente; Uno o dos capítulos, una docena de canciones. La escritura la inicié hace mucho, pero la seriedad creativa la descubrí en la efervescencia de mis diecinueve años. No es seriedad, es costumbre que se convertirá en disciplina, o eso espero con muy poca esperanza. Rozan mis líneas la prosa y poesía. Todavía no sé si las estrofas que escribo son mejores que los párrafos, dudando de cuales serán mis mejores amigos en un futuro, procuro no discriminar a lo poético, ni apartar deliberadamente a la prosa, mujer u hombre, acaso es lo mismo, acaso importa si son diferentes, si son iguales:
¿Quién dijo que la imparcialidad sólo podía ser matemática?
Me encanta recitar los poemas en voz alta, algunas veces hasta los aprendo de memoria para cantarlos al dios de las pequeñas cosas que me acompaña. No lo hago mal, pero no soy el mejor, existen voces más bonitas y fluidas con las que nunca podré competir. ¡Qué pena! Pero así me quedan el silencio de los versos que escribió Machado <>. Él fue mi mejor maestro cuando las palabras todavía se me tropezaban en la lengua con los cordones de los zapatos desatados y las tristes estrofas que decían: “Se le vio, caminando entre fusiles” Y de allí me llevaron ebrio de placer poético al país lorquiano. Navajas flamencas, venganzas gitanas que iban y venían mientras estaban temblando los tejados, farolillos de hojalata.
Así, ebrio de Antonio, caminando como sonámbulo junto a Federico me aparecían en la manga los cuentos de Chéjov que me espabilaron y las frases largas y magistrales de un Márquez que vencerá al tiempo y al olvido con sus cien años de soledad, por mucho que a él le pese. En el salón se encontraban también Sinué, las novelas románticas y la tragedia shakesperiana. Esperándome con impaciencia las historias de un loco Alonso Quijano y escondiéndome mientras tanto en las aventuras de Galdós o naufragando como Robison Crusoe a su isla desierta. Allí, las disputas familiares, los cargos de conciencias, la decadencia física de mi cuerpo se volatilizaba en mil palabras, mundos y sucesos eternos. El límite no existía, pues aunque dispusiera de todo el tiempo del mundo, éste siempre quedaría insuficiente para leer la cantidad de libros que me gustaría. Una biblioteca es lo más cercano al infinito, y lo más triste.
Juan Manuel Rodríguez de Sousa
Blog del autor
Juanma, los chicos raros suelen tener buena cobertura. Sigo tu crónica con interés. Me hizo mucha gracia lo que dijiste de tu hermano en la tercera parte, jajjaja. chssssssss. No desvelo nada; todo está en tu blog. Espero que él no lo lea, peligra tu integridad física je,je
Mercedes, creo que mi hermano no se molestará en leer ni una línea del blog, en todo caso, lo puse al principio para que así le diera tiempo a sus neuronas no cansarse antes de leerlo. Pero creo que ni por esas será capaz de enterarse de nada.
Muchas gracias por todo, y mil besos.