Avión en turbulencias.Por Nieves Sánchez

Díganme, ¿Acaso no viajamos ansiosos para llegar a un destino, olvidando el miedo a que suframos un accidente, o que ocurra algún problema? ¿Acaso no dormimos para descansar ignorando el hecho de que podamos tener pesadillas alguna que otra noche? Bien es sabido que de éso se trata. El ápice de incertidumbre empieza a dislumbrarse cuando chispean y destacan esos pensamientos negativos.

Igual pasa con el amor.

Es inútil y absurdo estar en una relación en la que no te sientes bien. Puedes sostenerla pero conoces el final. Eso es lo más triste de todas las cosas, el mirar al futuro y no verte a su lado. Y discúlpen mi osadía de aventurarme a leer el final del libro, pero corren tiempos profanos y se hace inevitable.
Recuerdo las palabras de un buen tipo que decían: «Quizá el pensarlo es lo que pone o pondrá el fin».
Pero ésto, y muy a mi pesar, no es sentirse bien (que es, cuanto menos, el propósito del amor), es angustia y miedo, es ansiedad y evitar el vacío.
Se supone que cuando dos personas se quieren, el amor debe ser mutuo y equitativo. Nadie debe sobrepasar al otro, porque es entonces cuando el fuego y el aire entran en batalla.
Y yo me pregunto ¿Por qué? ¿No es acaso el ser humano lo bastante suficiente como para abastecerse sentimentalmente con uno mismo? ¿Cuándo llega el momento en que uno de los dos deja de avanzar en la hora de crecer sus sentimientos? ¿Hasta qué punto es necesario sentirse a gusto con otra persona?
Los aviones vienen y van y los aeropuertos están repletos de salas de espera. Pero de lo que sí estoy segura, es que en cuanto se encarte y las condiciones sean favorables, me bajo de este avión lleno de turbulencias y me cojo otro vuelo (o quizá me toque esperar en la sala de espera, en su defecto).

 Nieves Sánchez 

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