– ¿Qué le dijiste entonces?
– Que me tocara la espalda. Que me acariciara.
– Y… ¿Qué sentiste? Vamos, cuéntame, qué pasó.
– Pues… no sé si sabría explicarlo fue tan… es difícil no creas. Como cuando descubres esas chuche tan inolvidable y dulce, esponjosa, con fresa por dentro y bañada en chocolate, no… no fue solo eso. Cómo cuando te dejan probar por primera vez la coca-cola y el sabor te engancha para siempre y… no, creo que tampoco es exactamente eso, hay… algo más.
– ¿Qué, qué hay más?
– Como el olor a café recién hecho por la mañana, como cuando fuera está lloviendo y dentro está la chimenea encendida y los cristales se empañan, como el brownie más dulce del mundo bañado en nata, en una montaña de nata, el cuerpo se encoje y la piel se eriza, toda la piel de tu cuerpo, aún esa parte de tu cuerpo que ni sabías que podía existir, como cuando notas que el corazón se te sale del pecho, como cuando te rompieron el corazón por primera vez y consigues pegar los trocitos. Desear que se pare el tiempo en ese momento, que el reloj no suene, que las horas se queden quietas y el calendario no siga su rumbo.
– ¿Y lo hizo? ¿Se paró el tiempo?
– Durante unos segundos… sólo existíamos Él, yo y sus dedos tocando mi espalda. Unos segundo inolvidables, dulces, eternos…
– Caricias, ¿Todo eso con unas caricias? Entonces… ¡!qué hay del beso¡¡
– El beso aún sigue, todavía lo siento. Mira, acércate. ¿Siguen calientes, verdad? Aún tengo su beso en los labios.
Isabel Muñoz Vázquez
Todo eso y mucho mas.
Bonito trabajo.
Hasta pronto