Coladores y recuerdos mínimos. Por Anita Noire

Coladores y recuerdos mínimos
Supongo que es capaz de caminar sobre las aguas
pero no de evitar que se le empape la cabeza.
Kent Haruf

Mientras espero sentada en el banco del parque que hay frente a la estación de autobuses, apurando los rayos de sol de las últimas horas de la tarde, un crío que apenas levanta un palmo del suelo se precipita desde el sillín de un balancín al suelo. Creo que aún no se han escuchado los primeros lloros cuando la madre lo levanta, le sacude la arena de las rodillas y le besa dándole consuelo. El niño se abraza y acoplado en el hombro, bajo el influjo del aroma materno, alcanza el alivio y la tranquilidad más pronto que tarde. Siempre he sido tremendamente mala para adivinar los años que tiene o deja de tener alguien, da igual los muchos o pocos años que tenga. Por eso puede que la criatura, que ya ha dejado de llorar, tenga tres o tal vez cuatro años, tan pocos que es posible que en su cabeza aun no se forje el recuerdo de este momento de amor incondicional al que podría volver cuando la vida le dé coces.

En el otro extremo, frente al tobogán, un grupo de adolescentes se revuelve entre risas hasta que el teléfono de uno de ellos suena. Se marcha corriendo entre exclamaciones brutales contra la tiranía materna. El pequeño vuelve a estar sobre el balancín, su madre no le pierde de vista y desde mi asiento le oigo reírse.

El juego de la memoria, la elaboración de los recuerdos, siempre me ha parecido algo extraordinario. El ser humano es una máquina casi perfecta. Por eso me parece una mala faena que la capacidad de recordar, aunque solo sean las cosas buenas, no exista desde el mismo momento de ver la luz y tengamos que esperar que transcurra el tiempo (dicen que tres años) para poder hacerlo. Sería fantástico poder recordar la sensación de amor incondicional y sin medida que recibimos apenas recién nacidos. Por eso en la hoja de reclamaciones, y por si alguien se la lee algún día, deberíamos anotar que queremos un cerebro sin agujero tempranos, que pudiera tener la capacidad de almacenar, desde el minuto cero, todo aquello que produce un bienestar infinito sin necesidad de contrapartida. Sería fantástico que pudiéramos almacenar estas cosas. Sería realmente fantástico.

Anita Noire
Blog de la autora

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