Todo se desmoronaba, solo me quedaba una opción… Después de muchos meses intentándolo, lo conseguí, tenía una cita con él, con el más grande. Entró apresurado a la sala y tras un fortísimo apretón de manos se sentó frente a mí, con un ruidoso catarro. En cuanto empecé a hablar se inclinó hacia delante de manera desafiante y estornudó, saliendo de su boca un repugnante moscardón que fue directo a la mía, enmudeciéndome. Mientras el repelente insecto se desvanecía bajo mi mirada atónita, las luces de la estancia comenzaron a parpadear. Su sonrisa amable se volvió macabra. Sus ojos derramaban fuego y sus afiladas uñas golpeaban la mesa sin cesar, consiguiendo un repiqueteo escalofriante. Sus garras dejaron caer sobre la mesa el contrato del préstamo de manera fulminante, sentencia de condena a tener mi única vida hipotecada.
Dolores Moya Gómez
Yo también pedí un préstamo hipotecario; pero aquí está mucho mejor contado.
Visualizas una situación que serviría, sin muchos complementos, como secuencia para una película de terror sobre las actividades bancarias.
La foto del precipicio tiene su miga, desde luego.
Bien, bien, bien…
Muchas gracias, José María y Rafael.
Rafael, veo que has captado cada detalle.
Quiero añadir algo; escribiéndolo, tenía dos historias en mente que concreté en un solo micro… Podría ser un préstamo dinerario o no…
Efectivamente Dolores, puede tener más de una lectura. A mi me recordó a Fausto vendiendo su alma al diablo. Muy bien relatado en cualquier caso.
Besos
Muchas gracias, Ambrose, ¡qué alegría verte por aquí!, ya echaba de menos esos besos flotantes, redondos y gigantescos 🙂