Donde esté una buena conversación… Por Mercedes Martín Alfaya

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Donde esté una buena conversación…

 

El día que vino mi amiga a pasar la Semana Santa conmigo, escuché una conversación que me dejó “escurría”.

El plan era el siguiente: mi amiga llegaría a la estación de Málaga y allí mismo tomaría el tren de cercanías hacia la costa, donde yo la esperaba. Me fui con tiempo, con un libro y con la esperanza de terminarlo si los enlaces ferroviarios no se ponían de acuerdo; he aprendido a disfrutar de las esperas en lugar de padecerlas. Corría un airecillo floral y se respiraba una tarde soleada. Me senté a la sombrita en uno de los bancos del paseo. Observo un pajarillo inquieto que no paraba de brincar en los jardines y recuerdo una frase: «El pájaro, hasta cuando está en el suelo, se nota que lleva alas». Cruzo las piernas, sonrío y abro mi libro. A penas había leído una página, cuando veo que se acercan dos personas: una mujer de unos cincuenta años, tres kilos de maquillaje, pelo de muñeca y andares de averquemesiente quemecago. Con ella venía una joven desgarbada y chuleta; pendiente en la nariz, pelo de arco-iris y los pantalones barriendo acera. Se sientan en el banco, les hago sitio y no se dignan ni a soltar un hola.
Sigo leyendo…
De pronto, interrumpen su incómodo silencio y escucho:
-Niña, yo me voy pa la casa.
-Mamá, te he dicho que te vienes.
-Que no. Que yo me voy pa la casa, que estoy incómoda con estos pantalones.

La mujer abre su enorme bolso y saca una pitillera de todo a un euro. Enciende un cigarrillo, le pega tres caladas y añade:
-Que sepas que yo no voy.
-Tú te vienes.
-Te he dicho que me voy pa la casa.
-Mamá, hija, eres una aburría

Y la niña, de unos veinte años sin calado, se levanta del banco, cruza los brazos y retuerce el morro. La madre se mira los zapatos y añade:
-Yo no estoy para ir a ningún sitio. Me duelen los pies y estos pantalones se me clavan.
-Joder, si vamos a estar un rato.
-Me da igual. Yo me voy pa la casa.

La mujer apaga el cigarrillo. Mete la mano entre la chaqueta y se coloca en su sitios el tirante del sujetador. Se le escurre el bolso, lo vuelve a poner en el hombro. Camina de un lado a otro como si hundiera los tacones en el asfalto. Otra vez se le cae el bolso. Yo creo que si hubiera tenido patas (el bolso) se va pa la casa.
-Mamá, no se te ocurra irte ¿eh?
La mujer enciende otro cigarrillo.
-Te he dicho que no puedo más con estos pantalones. Que-me-mo-les-tan.
-No veas. Tú estás como para ir contigo a alguna parte.
-No, si yo me voy pa la casa.

Y la mujer comienza a andar alisándose la melena de plástico y tambaleándose sobre los tacones de aguja.
La niña le agarra el brazo y le dice algo que no llego a escuchar. La madre se para, se acicala el flequillo de escoba e intenta colgarse otra vez el bolso que se queda a mitad de la manga del chaquetón. Se vuelven y caminan hacia el banco.
-Que me dejes. Te he dicho que me voy pa la casa.
La madre se sienta y se quita un zapato.

Yo me largo -dije.

Me levanto y les dejo el banco todo para ellas.
Ya sale gente del tren de cercanías.
Ahí está mi amiga. Qué descanso.

La saludo y le comento que acabo de escuchar una conversación digna de un escrito. Entonces ella me mira sorprendida y dice: Ahora me cuentas, pero vámonos pa la casa.

 

 

Texto: Mercedes Martín Alfaya

Blog de la autora.

Un comentario:

  1. Me he hartado de reír, gracias por este rato tan bueno. Creo que estaré mucho tiempo riéndome, cada vez que recuerde este escrito y sobre todo cada vez que escuche eso de vamonos pa la casa, ja!!
    Saludos

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