Me comí rascacielos de orgullo, intenté alcanzar la amnesia pasajera, dejé de cuidar de mí misma, luché contra las lenguas inconscientes, hice oídos sordos a los rumores, caminé por sendas oscuras, cambié de hábitos, pacté un acuerdo con Morfeo para que no te dejara visitarme en sueños, le pedí consuelo a Mayo porque Abril me vaciló, abandoné mis obligaciones, me cambió la mirada y sonreía por costumbre, dejé de comer y en definitiva, dejé de ser yo. Al fin y al cabo, mi «yo» se potenciaba a tu lado, era el motor de mi persona.
Hice todo eso por ti. Eso y más.
Pero entonces, volviste. Y luego no tuve más remedio que beberme mi sensatez y dejar a un lado lo que me pedía mi cabeza. Ignoré los comentarios de mis amigos y fui a buscarte, aparté mis libros, mis escritos y mis reglas morales. Vacié la maleta de piedras, abandoné otros labios que me prometían no sólo la Luna, sino la Vía Lactea, intenté alejarte y simplemente, no pude. Ni pude ni quise, porque yo te quiero a ti.
Dejé abierto el camino de mi recuperación, sin cerrarlo, pues ahora sé, que en cualquier momento puedo volver a él. Eso sí, no empezarlo, sino continuarlo, porque como dice una buena amiga…»Ya tenías medio camino hecho, no debe ser muy complejo a partir de ahora».
Nieves Sánchez