El error del adivino
En unos grandes almacenes encontré un libro que hablaba de “El error del adivino” y me hizo pensar… Os cuento de qué va esto con un ejemplo que me acabo de inventar.
Begoña, una amiga, me invitó a su fiesta de cumpleaños en un famoso restaurante. A última hora se me complicó el día y no puede avisar. Al día siguiente, enseguida busqué su número y la llamé, pero no contestó. Qué raro…, pensé. Volví a intentarlo. Tampoco hubo respuesta. Entonces le mandé un mensaje al móvil para que lo mirara cuando pudiera.
“Bego, siento muxo no habert acompñdo en tu cumple.
Ya t explcaré.
Bss a puñaos”.
A los diez minutos, ya empecé a mosquearme porque no había respuesta. “Seguro que se ha enfadado… Pues, que se enfade, bastante tuve yo con la que se me vino encima. Es que esta mujer no comprende… En fin, que si no me quiere contestar, que se vaya a freír espárragos”. Y lancé el móvil al fondo del bolso.
A las dos horas, volví a mirar el teléfono. Nada. La pantalla de mi móvil como si le hubiera dado un espasmo. “¿Será posible con la gente…? De todas formas, ahora que lo pienso, esta Bego es un poco quisquillosa, y eso que nadie lo diría, con ese derroche de simpatía que transmite… Pero, bueno, la gente es así. Oye, si no pude ir a su fiesta, pues debería esperar a que le explique ¿no?…
En estas andaba cuando veo su numerito en la pantalla de mi móvil. ¿La ignoro?… Bueno, venga, le contesto…: » ¿sí?”
“Hola, Macu, soy Bego. ¿Qué tal estás? Cuando te cuente lo que me ha pasado ni te lo crees”…
La dejo que se explique y me dice que ayer por la mañana, se quedó encerrada en la terraza; en bragas, sin móvil, sin agua, sin nada. Que los cristales son blindados y no pudo romperlos y que, por más que pidió ayuda, nadie la oyó. Que menos mal que la asistenta viene los jueves por la tarde y ha conseguido abrirle, porque estaba a punto de desmayarse por el frío y por deshidratación. Que siente mucho no haber podido avisar, sobre todo porque era su fiesta de cumple y no apareció. Y que intentará explicarle a cada persona lo sucedido.
Mientras la escucho, me dice que espere un momento que tiene un mensaje en el contestador del fijo.
Rebobina y me acerca el móvil para que lo escuche, porque no comprende nada. El mensaje era de Mari Pili, otra amiga invitada a su fiesta:
“Bego, soy Mari Pili; no te perdonaré en la vida el que nos dejaras tirados en la puerta del restaurante donde nos invitaste por tu cumpleaños. Te estuve llamando y ni siquiera contestabas al teléfono. Eso no se hace. Eres una malcriada. Te mandaré el collar que te compré, para que te lo ates al cuello. Está hecho de alambre con púas, pero no temas, es de diseño, como tú”.
FIN.
Ya vemos que el llamado “error del adivino” está presente en nuestras vidas mucho más de lo que pensamos. Y todo porque necesitamos respuestas rápidas, no sabemos esperar.
Seguro que alguna vez hemos padecido esto: “¿Por qué no me llama? ¿Estará enfadada? Seguro que dije algo que le molestó…”. Un sufrimiento que nos montamos nosotros mismos y del que nos reímos cuando todo tiene explicación. Pero, el daño propio y ajeno está servido. Además, si nos hemos despachado a gusto por el cabreo, ¿cómo retirar luego todo lo vertido sobre la persona en cuestión? Porque, a veces, incluso sin esperar a saber lo que ocurre, ya vamos repartiendo descalificativos para justificarnos.
Quiero que este post sirva para no volver a incurrir en este tipo de error.
Empecemos a cambiar el pensamiento negativo y cuando las cosas no salen como queremos, no hagamos de «adivinos». Hay que saber esperar, porque la mayoría de las veces, nada es como parece.
Chiste de “Error de adivino”:
A un tío se le pincha una rueda en medio de un descampado. No lleva gato y está oscureciendo. A lo lejos, ve una casa solitaria. Huy, qué bien. Iré a pedir un gato para cambiar la rueda. Mientras se dirige a la casa, va pensando:
Seguro que me abre un tío malaje y me dice que no tiene gato. O, quizás sí que tiene, pero me dice que lo guarda en el trastero y su mujer se ha llevado la llave. También puede ser que me ponga la excusa de que se lo ha prestado a su vecino, o que se lo dejó olvidado en una gasolinera.
En esto, llega a la casa. Pulsa el timbre y abre un hombre:
-¿Qué desea?
Y el tipo cabreado contesta:
-¿Sabe lo que le digo? Que se puede meter el gato en los cojones.
Texto: Mercedes Martín Alfaya
Foto:Afremov
Blog de la autora.