La semana pasada, descubrí un vestido monísimo tras el cristal de una prestigiosa tienda de modas. Ese, ese es el traje que a mí me sentaría como un guante. ¡Guauuuuu! Azul cobalto, largo, sin mangas, vaporoso, elegante y una chorrera desde el escote hasta abajo que te hace desmayar. Una monería que lucir en la comida de empresa para estas fiestas. El precio no es problema, se priva una de otras tonterías y listo.
Hoy, mi amiga Lola me ha propuesto ir al cine: “El jardinero fiel”. Sus recomendaciones me gustan, siempre acierta con las mejores películas. Después de verla, nos hemos despedido en la puerta y he bajado la calle solitaria y fría con la memoria ocupada en las imágenes y el contenido de la película. ¡Tremendo lo que ocurre en África!; una valiente y desgarradora denuncia a las multinacionales farmacéuticas que se benefician a costa de los más desfavorecidos.
Al pasar junto al vestido de mis sueños, no he podido por menos que detenerme un instante a contemplar de nuevo esa joya. Y antes de marcharme me he sacado el chicle de la boca y lo he pegado en el escaparate, sobre el derroche y el lujo de Occidente.
Mercedes Martín Alfaya