Cuando Elisa salió a la calle ese día, no esperaba en absoluto toparse de frente con el hombre corazón. Tenía una cabeza apretada y rojiza como un puño bien cerrado. Este abultado músculo que de a ratos brillaba bajo la luz del sol, contrastaba en tamaño con lo ampuloso del cuerpo, el cual quedaba recubierto enteramente por una elegante gabardina gris. Elisa pudo advertir, además, sus llamativas manos, negras y duras como las toscas raíces de un árbol, aferradas a un vasto maletín naranja; así como sus grandes zapatos marrones que le hacían tropezar a cada instante con los bajos arbolillos de la cuadra.
El hombre corazón, torpe por naturaleza, no previó que la niña no era una planta y tropezó con ella sin remedio. Luego dijo con encono:
-Deberías tener más cuidado en la vida y fijarte por donde vas.
-No voy a ninguna parte -dijo ella, con un hilo de voz frágil, evitando mirarle a la cara.
-Todo el mundo va siempre a algún lado, incluso los que se quedan de pie, aislados y mudos, creciendo para adentro como hongos, en medio de una losa del patio.
-Tengo frío -tartamudeó Elisa. Y empezó a temblar al pronto. Hacía tiempo que no ingería nada, tampoco se peinaba y los jirones rubios le colgaban de arriba a abajo agitados por ligeros estertores.
Pero el hombre corazón no la abrazó, no se sacó el abrigo para resguardarla, no le susurró palabras buenas al oído. Por el contrario: se quedó escrutándola un instante con mirada indiferente y muda y luego sin mediar saludo y cual si ella no existiera, se marchó a comprar el diario en el quiosco de la esquina.
Del peculiar teatrillo enmarcado de diarios y revistas, asomó una blanca pelusa seguida de dos gruesas lentes tan redondas como lupas. El anciano, que había oído todo aunque sin comprender gran cosa, al ver a Elisa tan sola en medio de un adoquín le preguntó qué pensaba. Elisa le respondió que “nada”; y luego dijo que sí, que pensaba en el hombre corazón y en como no la había ayudado y en como se había ido por el camino de las hojas para siempre, sin volverse nunca para atrás.
©Cecilia Prado
(www.tallerliterario.net)
Qué cuento tan extraño. No lo entendí, pero me gustó. ¿Por qué el hombre corazón que supuestamente debería representar la bondad y el amor se porta tan mal con la chica que está muerta de hambre? Es inquietante y poético.Me gusta mucho este pequeño cuento, es raro.