El niño del museo. Por Mercedes Martín Alfaya

Sarajevo tenía los ojos de vidrio y el cuerpo seco. Lo encontramos al bajar la escalera, enmarcado en un silencio extraño. Al verlo, mi padre se quedó muy serio, cerró los ojos y me apretó mucho la mano, como diciendo: no te vayas, no te vayas… Y yo me quedé allí, contemplando a Sarajevo dormido en la pared.
En la sala había otras obras de arte que no eran fotos, también leí sus nombres. Y mi padre dijo que en los museos todo parece muerto, pero no es así.
Al salir, mi padre me llevó al zoo y me compró un helado, estaba frío y me acordé de Sarajevo.

Mercedes Martín Alfaya
(www.tallerliterario.net)

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