Desde el muelle Vergara la niña rapanui preguntó por la isla. En la mano llevaba una ramita verde de toromiro con la que pensaba repoblar la tierra y una foto de su madre pequeñita, entre los moáis del Rano Raraku y el cielo engalanado de nubes como sábanas.
Se asomó con cuidado e indagó si allí pescaban con piedra. Como nadie le contestaba, calló en su extraña lengua.
Solo quedaba esperar a que, en la noche, las estrellas la invitaran a tumbarse sobre el mar verdinegro para convertirse en Mata ki te rangi y regresar, al fin, al mundo.
Elena Marqués
Qué preciosidad, Elena. Plagado de joyas entrañables y precisas. Nada le sobra, nada le falta. Me ha encantado.
Un abrazo fuerte, fuerte.
Mágico y evocador. Como siempre, enhorabuena, Elena.
Sencillamente sublime. No sé por qué, pero desde que lo he leído el calificativi de fresco no se me va de la mente. «Fresco»