El portazo. Por Dorotea Fulde Benke

Había perdido la memoria. Estuve dos días andando por casa sin saber para quién cocinaba y no debí hacerlo a su gusto, porque el hombre apenas comió y después de la cena del segundo día salió dando un portazo. Recogí la mesa mientras intentaba recordar dónde había que guardarlo todo, y esa búsqueda me produjo un cansancio atroz. Al final no tuve fuerzas para seguir y me senté en el suelo. Observé cómo las aristas de los armarios se perdían en la penumbra del techo igual que las esquinas de un edificio. Cuando mi cuerpo me pidió instrucciones para respirar, no supe dárselas, ni pude mantener mi cabeza en equilibrio y me fui tumbando. En un movimiento reflejo extendí una mano y tanteé algo duro que asomaba debajo de un mueble, justo al lado de mi cara. Mis dedos tiraron de ello y sacaron un envoltorio desgastado que se abrió solo. Algo se desparramó en las baldosas grises sin fregar. Empecé a respirar más hondo y como la postura era incómoda me volví a sentar. Agarré la carpeta con ambas manos y encontré en su interior mi nombre y la hora de volver al trabajo, imágenes de un viaje en coche, el mar y el bosque, la satisfacción de escribir historias y pintar cuadros, incluso la cara de mi hijo que estaba de vacaciones, pero nunca supe quién era aquel que se fue dando un portazo.

Dorotea Fulde Benke
Blog de la autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *