La primera vez que la vi fue en una exposición. Ella no me vio. El corazón me latía desmesuradamente. Me costaba respirar. Me escondí entre los pilares donde estaban expuestos mis cuadros. Era mi día, llevaba años esperando ese momento, y me tuve que salir de la galería. Su presencia inundaba el espacio y se metía dentro de mí pidiéndome que hiciera algo…
Mi móvil empezó a sonar, reclamaban mi presencia en la sala. Tras las súplicas de mi galerista, entré. Mi corazón se calmó, ya no me costaba respirar. Sentí que ella ya se había marchado. No la veía, pero sabía que ya no estaba. Otra oportunidad de esas que tan solo ves pasar hasta la próxima.
Javier Úbeda Ibáñez