Microtextos a concurso en el Premio Especial 2009
Querido Ernesto:
Creerás que enloquecí, pero hace un rato, cuando entraste y me miraste como hacía tiempo no me mirabas me pareció que una claridad casi olvidada se instalaba con furia en mis ojos oscuros. Sentí que los colores hacían estragos en mi cara recién maquillada y que mil planetas explotaban dentro de mi pequeño universo.
Te imaginarás que, en medio de semejante terremoto emocional, apenas pude hilvanar ideas. De todos modos, en segundos, entendí que todavía había tiempo para nosotros. Tiempo para refregarnos las narices, para raspar mis pechos contra tu pecho, para apretar las pinzas de mis manos en tu piel, para repasarrnos, para besarnos la paz borroneada de los brazos, para rescatar la memoria de tus dedos.
¿Por qué no, Ernesto? ¿Por qué no abandonar la aridez de esta meseta marrón y redescubrir el camino de los terrenos abruptos? ¿Por qué no barrer el tiempo y dibujar en el aire, con las piernas, garabatos invisibles, tan ilustres y desenfrenados como antes?
Entonces lo decidí, no había motivos para esperar. Era el momento. Estabas ahí, estábamos ahí, los dos. Era el lugar. El mismo lugar donde tantas veces, durante tantos años. Eran los mismos sentimientos y la misma complicidad. Quería volver a pegar mi mirada caliente con la tuya, quería escarbar en la humedad de tu boca. No me importaba estafar la noche de tu pantalón nuevo con mis manos sucias de harina, ni arrugar tu pelo blanco, estirado, ni siquiera que alguien abriera la puerta y viera cómo tus manos se ufanaban en ondear sobre la prolijidad de mi pollera. Nada me importaba. Sólo quería acercarme y que me respondieras, sin palabras.
Menos mal que seguís siendo el mismo, Ernesto, tan formal y precavido.
¡Si nos hubieran visto los nietos, así, en la cocina!
¡Felices setenta años, mi amor!
Abu
Pincha en la imagen para acceder a la web especial de este premio.