No viviré eternamente.
Por fortuna la vida tiene fecha de caducidad y algún día se acabará este dar vueltas en la rueda, este reinventarse cada día, esta lucha, esta piedra pómez que desgasto contra todos los muros del camino.
Algún día subiré a la barca de Caronte, agradecida de que al fin sea otro quien se encargue de llevar la nave a buen puerto.
Pero mientras, soy el faro en la oscuridad, el puerto seguro, la única ancla que mis hijos tienen.
Y observan y graban en su memoria cada uno de mis movimientos. Supongo que se han dado cuenta de que con su padre no tomaron esa precaución y ahora, cuatro años después, su recuerdo de desdibuja en su memoria como la tinta bajo la lluvia. Y no quieren que eso suceda conmigo.
– ¿Sabes?- me dijo mi hija hoy- Cuando me levanto por la noche al baño y está toda la casa a oscuras, me da mucha seguridad saber que estás escribiendo con tu lamparita. Me asomo sin que me oigas al salón y después me meto en la cama muy contenta.
Sólo he intentado fotografiar el recuerdo al que recurrirá mi hija cuando yo ya haya muerto y ella piense en mí para armarse de valor.
En la foto falto yo.
Y la música.
Marisol Oviaño
proscritosblog.com
Que ternura hay en tus palabras, y que cierto es que esos pequeños recuerdos pueden ser muy importantes.
Gracias por compartirlo 🙂
Saludos